Salimos de Quito hacia el norte, atravesando la línea del Ecuador, rumbo a la localidad de Otavalo. Los otavalos constituyen el grupo de indios ecuatorianos más próspero y productivo. La comunidad otavaleña abarca el 30% de la población de este país y se consideran la última rama directa descendiente de los incas.
Hemos visto pocos hombres y muchas mujeres en la ruta. Ellas son las que llevan y traen los productos de mercado, en grupos de dos, tres o cuatro, con sus criaturas a la espalda, sentadas a la orilla del camino esperando el ómnibus, luciendo sus trajes precolombinos. ¡Qué anacronismo y qué ejemplo de supervivencia! Pero no todos son pobres. Los hay que viven en casas muy confortables y tienen autos último modelo.
En la localidad de Otavalo, la gran industria es la del tejido hilado. Los hombres manejan el telar y las mujeres -que sólo hablan quechua- manejan el huso y la rueca con aparatos primitivos. Las mujeres casi no se dejan ver y no aparecen sino cuando hay posibilidad de venta. Tienen su mercado en la plaza central todos los sábados; pero hoy es martes y hay que ir a sus casas. Vamos con un cierto recelo. Nos envuelve un olor a hierbas.
Casas de adobe
El pueblito debe ser así desde siempre: calles de tierra, casas de adobe, separadas unas de otras por un pasillo, porque no se puede llamar calle a este caminito de apenas 3 o 4 metros de ancho. Entramos a una casa cuya pieza principal es un gran taller. Se había cortado la luz, de modo que la impresión de intemporalidad era completa. El telar, ubicado frente a la puerta por donde entra la única claridad, es manejado por un hombre de apariencia joven, de anteojos, con el pelo largo recogido en una gruesa trenza que le cae sobre la espalda. Dos mujeres -las vimos de causalidad- sentadas en el piso de tierra, impecablemente barrido, mudas, manejan la rueca, casi inmóviles, quizá desde hace cientos de años.
El pañuelo les cubre la cara: ¿viejas?, ¿jóvenes? Podrían ser las mismas que conocieron a Orellana, allá por 1540, cuando éste descubrió el Amazonas.
Está lloviznando. Compramos unos chales de "algodón de lana" (así llaman ellos a la lana hilada fina) que son una belleza de trabajo y de buen gusto. En la puerta aparecen otras indias ofreciendo en silencio su mercadería. Las mujeres llevan el pelo recogido en dos torzadas, que no se llaman "trenzas". "Trenzas" son las de los hombres y confundir estos dos nombres puede traer serias consecuencias y problemas graves.
Son un pueblo machista. El hombre es la "representación oficial", el que habla con la gente, con las autoridades. La mujer es quien lleva y trae fardos y canastas no excesivamente pesados, quien va al pueblo por las compras, quien hace la comida.
Nos dejamos tentar con otros chales y nos vamos. Y el siglo XXI se va con nosotras. Allí quedan ellos, con sus tejidos perfectos, sus tinturas naturales, sus telares artesanales, su perfume a hierbas, su honesta profesionalidad.
Susana Casablanca