Como en sintonía con las rocas, varias naciones indígenas -hopis, navajos, havasupai y anazasi-, custodian un territorio de casi 500 mil hectáreas en el que se asienta inconmovible una de las siete maravillas mundiales : el Gran Cañón del río Colorado. Meca para muchos habitantes del país del norte, es también destino de viajeros internacionales que anhelan ver en silencio un atardecer en ese paisaje eterno, en el que cabalgan todavía espíritus de guerreros. Paisaje seco y atrayente en una altiplanicie que se eleva hasta los 2.750 metros sobre el nivel del mar, desciende abrupto hasta el cauce del río Colorado que se mueve, a veces tranquilo, a veces turbulento, desafiando al rafting a los visitantes. Aconsejan no perderse, antes de ir al Gran Cañón cerca de la ciudad de Flagstaf, los poco más de 350 volcanes en el San Francisco Volcanic Field. Es uno de los lugares sagrados de los indios hopi que peregrinan en distintas épocas del año. En Walnut Cañón se pueden visitar las casas excavadas en la roca por obra de los sinagua. Como preludio al Gran Cañón antes se encuentra el Oak Crek Cañón, con su particular combinación de colores en las paredes. Bosques de robles en casi 2 kilómetros de profundidad y entre 7 y 30 kilómetros de anchura, el Gran Cañón alberga una gama de formas, colores y brillos imposibles de imaginar, con arenas rojas que mutan la tonalidad según el sol las enfríe o caliente. Este paisaje se puede recorrer a pie, en mula, en helicóptero o avioneta, en barca por el río Colorado, en coche, autobús o en los trenes de vapor recientemente restaurados. Uno de los puntos más altos es el Desert View (2.500 metros de altura), donde se suelen ver al atardecer grupos de tarántulas que regresan al calor del cañón durante la noche. Al este están las grandes llanuras de Navajo Nation, al noreste Vermillion ald Echo Cliffs y la Navajo Mountain y al oeste los picos de Vishnu Buda Temples. Nombres nuevos y ajenos al lugar de los indios americanos pero, al fin de cuentas, poderosos símbolos para otros pueblos.
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