Cualquiera vio un arco iris después de una lluvia, intensa o no, pero son pocos los que sintieron en el alma el efecto de ver esa gama de colores en plata, espectáculo que surge cuando se cruza la luz de la luna con las gotas de agua que como humo blanco se levanta sobre las Cataratas del Iguazú.
Todos los meses, cuando el satélite terrestre se manifiesta en plenitud, guardaparques y guías del Parque Nacional Iguazú dedican cinco noches -con epicentro en el plenilunio-, para llevar a los visitantes a vivir un momento único en un lugar extraordinario: la famosa Garganta del Diablo.
El próximo domingo será la noche de luna llena, y existirá la oportunidad de emocionarse con la vista de colores en la gama del plata y también con el estruendo de las aguas que caen desde 80 metros de altura en forma de majestuosa herradura.
Adentrarse en el espíritu de la selva paranaense es una aventura en todos los sentidos imaginables, ya que si el espectáculo diurno deja sin habla al visitante -tal como ocurrió con Alvar Nuñez Cabeza de Vaca en 1541- una incursión nocturna es un viaje a las emociones mas recónditas.
Los vehículos para ese viaje no son otros que la humedad, los sonidos, los aromas y el vapor penetrante que se adueña de toda el área, así como los ruidos que llegan de la selva y que rodean en acecho a los humanos, agigantados.
Se accede a la Garganta del Diablo luego de recorrer una pasarela lineal de 2.260 metros de ida y vuelta, desde la estación Garganta del Diablo hasta el salto propiamente dicho, donde las personas se quedan en silencio, lloran, se abrazan y las parejas se juran amor eterno.
Tucanes de pico amarillo
Durante el día, el espectáculo es otro, pleno de colores y formas con nombres como macucos, vencejos, jotes, margays, coatíes, cuises y los sorprendentes tucanes, que se desplazan por el cielo de las cataratas alternando aleteos rápidos y planeos y precedidos por el enorme pico amarillo.
Si esos son los nombres de unos pocos animales, muchos en peligro de extinción, la flora también se manifiesta de manera aumentada en un ambiente de extrema humedad, como el caso del cupay, de hojas que al brotar son cobrizas, pero también el curupay, el laurel blanco, el aguay, el ingá o el rojo ceibo, flor nacional de los argentinos.
Los visitantes recorren la fascinante geografía a través de pasarelas ubicadas a 50 centímetros de altura, que evitan la erosión natural por el continuo circular de turistas y permite la libre presencia de los animales y el crecimiento natural de la vegetación.
Esta infraestructura moderna permite contemplar las caída de agua mientras se circula por ellas. Con pasamanos de madera, piso metálico y barreras, como también con indicaciones para que los visitantes no se dispersen fuera del área de circulación establecida.
La dispersión de todos modos ocurre, sólo que es a nivel del alma, porque necesariamente una persona nueva vuelve después de bañarse con la luz de luna y la brisa húmeda del río Iguazú, convertido en la Garganta del Diablo.