Año CXXXVI
 Nº 49.748
Rosario,
domingo  09 de
febrero de 2003
Min 11º
Máx 27º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





El círculo vicioso de la venganza
"Cartas contra la guerra", un cuestionamiento de la política norteamericana
En un texto dirigido a Oriana Fallaci, un periodista italiano polemiza sobre la visión de la guerra de Afganistán

Tiziano Terzani

Lo que está sucediendo es nuevo. El mundo está cambiando a nuestro alrededor. Cambiemos entonces nuestro modo de pensar, nuestro modo de estar en el mundo. Es una gran ocasión. No la perdamos: volvamos a ponerlo todo en discusión, imaginémonos un futuro distinto del que nos ilusionábamos que teníamos antes del 11 de setiembre y sobre todo no nos rindamos a la inevitabilidad de nada, aún menos a la inevitabilidad de la guerra como instrumento de justicia o sencillamente de venganza.
Las guerras son todas terribles. El moderno refinamiento de las técnicas de destrucción y de muerte las hace cada vez más así. Pensémoslo bien: si estamos dispuestos a combatir la guerra actual con todas las armas a nuestra disposición, incluida la atómica, como propone el secretario de Defensa estadounidense, entonces debemos esperar que también nuestros enemigos, los que sean, estarán aún más determinados que antes a hacer lo mismo, a actuar sin reglas, sin respetar ningún principio. Si a la violencia de su ataque a las Torres Gemelas respondemos con una violencia aún más terrible -primero en Afganistán, luego en Irak, luego quién sabe dónde-, a la nuestra seguirá necesariamente una suya aún más horrible y luego otra nuestra y así sucesivamente.
¿Por qué no detenerse antes? Hemos perdido la medida de quiénes somos, el sentimiento de cuán frágil e interrelacionado es el mundo en que vivimos, y nos ilusionamos con poder usar una dosis, acaso "inteligente", de violencia para poner fin a la terrible violencia ajena. Cambiemos de ilusión y, para comenzar, pidamos a quienes de entre nosotros disponen de armas nucleares, armas químicas y armas bacteriológicas -Estados Unidos a la cabeza- que se comprometa solemnemente con toda la humanidad a no usarlas nunca en primer lugar, en vez de recordarnos amenazadoramente su disponibilidad. Sería un primer paso en una nueva dirección. Esto no sólo esto daría una ventaja moral a quien lo haga -de por sí un arma importante para el futuro-, sino que también podría desactivar el horror indecible ahora avivado por la reacción en cadena de la venganza.
En estos días he releído un bellísimo libro, aparecido en Alemania hace dos años (es una lástima que aún no haya sido traducido al italiano), de un viejo amigo. El libro se titula "Die Kunst, nicht regiert zu werden: ethische Politik von Sokrates bis Mozart" ("El arte de no ser gobernados: la ética política de Sócrates a Mozart"). El autor es Ekkehart Krippendorff, que ha enseñado durante años en Bolonia antes de regresar a la universidad de Berlín. La fascinante tesis de Krippendorff es que la política, en su expresión más noble, nace de la superación de la venganza y que la cultura occidental tiene sus raíces más profundas en algunos mitos, como el de Caín y el de las Erinnias, destinados desde siempre a recordar al hombre la necesidad de romper el círculo vicioso de la venganza para dar origen a la civilización. Caín mata a su hermano, pero Dios impide que los hombres venguen a Abel y, después de haber marcado a Caín -una marca que es también una protección-, lo condena al exilio donde aquél funda la primera ciudad. La venganza no es de los hombres, corresponde a Dios.
Según Krippendorff el teatro, de Esquilo a Shakespeare, ha tenido una función determinante en la formación del hombre occidental porque al poner en escena a todos los protagonistas de un conflicto, cada uno con sus puntos de vista, sus consideraciones y sus posibles alternativas de acción, ha servido para hacer reflexionar sobre el sentido de las pasiones y la inutilidad de la violencia, que nunca alcanza su fin.
Por desgracia, hoy, en el escenario del mundo, nosotros, los occidentales, somos los únicos protagonistas y los únicos espectadores, y así, a través de nuestras televisiones y de nuestros periódicos, no escuchamos más que nuestras razones, no sentimos más que nuestro dolor. El mundo de los demás nunca es representado.
A ti, Oriana, los kamikazes no te interesan. A mí, en cambio, mucho. He pasado varios días en Sri Lanka con algunos jóvenes de los Tigres Tamiles, abocados al suicidio. Me interesan los jóvenes palestinos de Hamás que se hacen saltar por los aires en las pizzerías israelíes. También tú habrías tenido un poco de piedad si en Japón, en la isla de Kyushu, hubieras visitado Chiran, el centro donde fueron adiestrados los primeros kamikazes, y hubieras leído sus palabras, a veces poéticas y tristísimas, escritas en secreto antes de marcharse, reacios, a morir por la bandera y por el emperador.
Los kamikazes me interesan porque querría entender qué los hace tan dispuestos a ese acto contra natura que es el suicidio y qué podría detenerlos. Aquellos que -afortunadamente- hemos tenido hijos, por lo que no debemos escribirles cartas póstumas, hoy nos preocupamos muchísimo de verlos arder en la llamarada de este nuevo y extendido tipo de violencia del que la hecatombe de las Torres Gemelas podría ser sólo un episodio. No se trata de justificar, de condonar, sino de entender. Entender, porque estoy convencido de que el problema del terrorismo no se resolverá matando a los terroristas, sino eliminando las razones que los vuelven tales.
Nada de la historia humana es fácil de explicar y entre un hecho y otro rara vez existe una correlación directa y precisa. Cada acontecimiento, incluso de nuestra vida, es el resultado de miles de causas que producen, junto a ese acontecimiento, otros miles de efectos, que a su vez son las causas de otros miles de efectos. El ataque a las Torres Gemelas es uno de estos acontecimientos: el resultado de muchos y complejos hechos precedentes.



Un niño afgano, muerto en un campo de refugiados.
Ampliar Foto
Notas relacionadas
El autor
Diario La Capital todos los derechos reservados