Decenas de generaciones más tarde, quien tenga aún en sus cromosomas determinados genes de nuestros antepasados cazadores y recolectores tendrá, quiéralo o no, problemas de peso corporal, afirma un informe en la revista científica Science, en su última edición.
En el informe, expertos resumen sus teorías sobre el creciente problema de sobrepeso en las sociedades industrializadas. En general hay cada vez mayor consenso en que la herencia genética de una persona y su entorno tienen más influencia en su figura que su fuerza de voluntad, dice Jeffrey M. Friedman, de la Universidad Rockefeller de Nueva York.
En el decenio pasado, la mayoría de los países industrializados se caracterizó por una fuerte tendencia a la obesidad. Esta tendencia afectó especialmente a Estados Unidos, donde el número de obesos en la población se incrementó del 23 al 31%.
Según una teoría desde hace mucho tiempo controvertida, para sobrevivir, cazadores y recolectores prehistóricos tuvieron que guardar muy efectivamente sus magras raciones alimenticias bajo forma de reservas adiposas.
En las sociedades industrializadas de hoy, con su disponibilidad ilimitada de alimentos, esta posibilidad, que biólogos estadounidense atribuyen a los llamados "genes de la frugalidad", se ha convertido más bien en una maldición.
Estos genes dificultan considerablemente a la persona la posibilidad de mantener su peso corporal bajo control y le hacen casi imposible adelgazar a largo plazo. Los "genes de la frugalidad" serían así responsables de parte del incremento de la obesidad.
Las cosas, por el contrario, según Friedman, son más fáciles para personas que en sus cromosomas tienen genes de antepasados de la fértil Mesopotamia. La incipiente agricultura garantizó allí a sus pobladores un flujo alimenticio constante, aunque raramente abundante, cosa que también quedó reflejada en sus genes. Las personas con esta herencia genética tienen actualmente problemas mucho menores con la capa adiposa debajo de su piel.
La huella de la leptina
Friedman y sus colegas descubrieron en 1995 la hormona leptina, que es producida por el tejido adiposo y da al cerebro la señal de disminuir la comida. Pero, al contrario, la leptina dificulta también el adelgazar. Con la pérdida del tejido adiposo disminuye igualmente la dosis de la hormona que frena el apetito. Además de la leptina, se conoce también otras hormonas "que orquestan el impulso inconsciente a comer", según los estudiosos.\Esto empeora aún más con el consumo de comidas rápidas ricas en calorías y de bebidas fuertemente azucaradas, además de la creciente falta de movimiento.\Sin embargo, el abstenerse de 100 calorías al día basta para impedir el aumento de peso de 0,8 a 0,9 kilos por año común en Estados Unidos, calcula otro equipo investigador. De estas 100 calorías superfluas, al menos 50 se depositan como reservas adiposas en caderas y cintura. Y esto corresponde a una galleta por día, según señalan James Hill y colegas de la Universidad de Colorado.\A quien le cueste abstenerse de la galleta o de los tres mordiscos a una hamburguesa tiene la posibilidad de ayudarse mediante ejercicio físico adicional. Entre 2.000 y 2.500 pasos por día, cerca de un kilómetro y medio, tienen el mismo efecto, dice el estudio. (DPA)