¿Quiénes entre los que cargan sobre sus espaldas más de medio siglo de vida, no se "sacudieron" alguna vez en un bar al ritmo de la música surgida de una vitrola, o caja para bailar, o scatola per bailare, o juke-box, o como quiera que se haya denominado a ese aparato en los diferentes países del mundo: seguramente muy pocos se sustrajeron al fenómeno que disparó en el escenario social de bares y cafés.
Corría el año 1923, ocho décadas atrás, cuando se lanzó la producción en serie de esos aparatos que comenzaron a inundar los bares. Fue la culminación, por entonces, de una etapa que se había iniciado en 1876 cuando el inventor Thomas Alva Edison presentó en sociedad el fonógrafo, el primer aparato para la reproducción de música, que luego derivó en el tocadiscos.
Renato Franco, periodista italiano, reconstruyó para el Corriere della sera, de Milán, en colaboración con Mario Luzzatto Fegiz, la historia de estos aparatos, sobre los cuales también la radio de ese país realizó una importante producción para conmemorar, precisamente, el octogésimo aniversario del lanzamiento comercial de las juke-box, según la versión slang, el lunfardo norteamericano.
Edison necesitó que los comerciantes se interesaran en su aparato: una de las derivaciones fue el Polyphon, que se accionaba con una moneda, presentado el 23 de noviembre de 1889 con una demostración en San Francisco (California), por Louis Glass y William S. Arnold, pero tampoco tuvo mucha difusión.
El verdadero salto tecnológico se produjo tras la Primera Guerra Mundial y así varias empresas coincidieron en lanzar al mercado, en 1923, sus vitrolas. Sus marcas fueron Ami, Seeburg, Wurlitzer y Rock-ola, siendo esta última la más difundida acá, como que adquirió carácter de nombre genérico.
Entre los aparatos más exitosos de aquellos años se contaron la Wurlitzer, en sus modelos 2000 de 1940 y 1015 de 1946; la Rock-ola, modelo 1426, de 1947, la más importada en Argentina, y las Ami, modelos H de 1957, J de 1959 y Continental de 1960.
El gran cantante y compositor italiano Edoardo Vianello, cuyas canciones tuvieron en Argentina gran propagación a través de Rita Pavone, valorizó la importancia de "le scatole per bailare" como una forma de difusión de las canciones en tiempos es que los medios masivos no tenían el peso para difundir autores, como en la actualidad.
"Sí, lo confieso", dijo Vianello, hoy de 64 años, quien recordó que por los años 60, cuando llegaba a un bar y escuchaba que alguien escogía canciones de sus colegas en la vitrola, sacaba de su bolsillo una moneda de 50 liras, por la que se podían elegir tres títulos, y marcaba tres de los suyos, en particular "Bronceadísima" y "Los Watusi".
El primer videoclip
Pero los italianos no se quedaron solamente con las vitrolas tradicionales que les llegaban desde los Estados Unidos. Gente ingeniosa, que supo juntar los tallarines de la China que llevó el veneciano Marco Polo, con el tomate que los españoles obtuvieron en América, para convertir a las pastas en quasi sinónimo de italianidad, desarrollaron el fonógrafo visivo.
Se trató de una caja de cine asociada con música. Fue el anticipo de los actuales videoclips. En los bares peninsulares se veía a los cantantes preferidos como Adriano Celentano, Fausto Leali, Gianni Morandi, Sergio Endrigo, el mismo Vianello, Luigi Tenco, Gino Paoli y hasta a extranjeros como el estadounidense Neil Sedaka o el canadiense Paul Anka.
El aparato combinaba actuaciones filmadas de los astros con sus canciones mediante la utilización de películas de 16 milímetros. Pero ese cinebox, lanzado en 1959, duró poco tiempo, ya que en 1964 estaba en decadencia. Es que las películas de 16 milímetros carecían de la resistencia necesaria y se rompían con más frecuencia de lo aceptable para que cerrase la ecuación económica.
Para entonces habían pasado cuatro décadas de la difusión de las cajas para bailar en los boliches, desde San Francisco hasta el Lejano Oriente y desde Roma al Río de la Plata. (Télam)