Año CXXXVI
 Nº 49.741
Rosario,
domingo  02 de
febrero de 2003
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Florencia: Primavera del arte
Recorrido por la ciudad italiana, que por su patrimonio cultural es considerada el solar del humanismo europeo

Paula C. Ardison

Asomados a un Arno aparentemente pacífico, pero tan cruel como para haber asaltado tantas veces la ciudad, sentado en una terracita de la Piazza della Signoria, acodado en cualquier esquina, el visitante más indiferente tropezará aunque no quiera con los fantasmas de algunos de los más grandes hombres que ha producido la especie humana: Leonardo, Miguel Angel, Giotto, Dante, Petrarca, Cellini, Masaccio, Donatello, Galileo, Brunelleschi, Maquiavello y Botticelli. Ellos pisaron estas mismas calles, miraron ese mismo cielo azul que a veces adquiere tonos verdosos a causa de los cipreses y la exuberante vegetación de las colinas y montañas próximas y bebieron vino chianti tal vez en la misma trattoria.
Florencia es el escenario de la comunión, por encima del tiempo, de una humanidad culta y elevada. Hagamos un breve recorrido por la ciudad.
El Palacio Pitti. Nació como una mansión privada, más tarde se convirtió en residencia de los monarcas con Cosme I de Medicis y por último con la unidad de Italia en 1865 llegaría a ser el palacio real de los Saboya. Lucca Pitti el rico florentino que lo encargó, quería que fuera la casa privada más grande de todos los tiempos. Brunelleschi se encargó del proyecto aunque murió antes de que se iniciara la construcción.
Desaparecidos los Medicis en 1737, el palacio pasó a convertirse en residencia real de los Lorena. Con la unidad de Italia, Florencia se convirtió durante un breve período de tiempo en la capital del reino y de este modo, pasó a ser palacio real de los Saboya y posteriormente su residencia privada.
Los jardines de Boboli. Construidos sobre la colina que se encuentra detrás del Palazzo Pitti por voluntad de la esposa de Cosme I de Medicis a mediados del siglo XVI. Pequeños bosques, llanuras, terrazas, un etéreo islote, la admirable Gruta de Buontalenti, el amplio anfiteatro, ofrecen al itinerario constantes sorpresas, cuyo secreto custodian centenares de estatuas, a veces grotescas, a veces realistas, a veces agrestes. Boboli constituye un amplio teatro que pone en escena al mismo tiempo la naturaleza y el arte, en una mezcla de gusto peculiarmente italiano, típico tanto del gusto manierista como del arte escenográfico del siglo XVII.
En invierno, un manjar de las calles florentinas son las castañas asadas que se venden en la Via del Calzaiuoli, una calle que une el monumental Duomo con la Piazza della Signoria, donde se encuentra la fuente de Neptuno y es la puerta de entrada, atravesando el Palazzo Vecchio (sede del gobierno de Florencia), a la Galleria degli Ufizzi. En un espacio de apenas dos kilómetros cuadrados se acumulan muchos de los grandes logros estéticos que los hombres han logrado imaginar.
La visita a Florencia no puede ser algo más en la colección personal de visitas a una ciudad. Incluso el más despistado y apresurado debe saber que se encontrará en el solar del humanismo europeo, en la cuna del arte, en la encrucijada en que la oscura Edad Media dejó paso libre a los tiempos modernos. Si es incapaz de llorar de emoción, por lo menos advertirá un latigazo de respeto.



Florencia se destaca por su patrimonio cultural.
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