| | Editoriales El trabajo, un derecho esencial
| El trabajo es uno de los derechos esenciales más negados en la Argentina de hoy, algo que resulta extraño de comprender porque se trata del motor de toda una sociedad organizada. De castigo bíblico a bendición, sobre el empleo se estructuró en el país una acabada red de contención basada en el concepto básico de quien más tiene ayuda al que no tiene. Desde la fuerza del trabajo se levantaron sistemas de salud y educativos que alcanzaron niveles de referencia mundial en los 70; se erigió también todo un corpus estatal productivo que ayudó a los gobernantes a establecer políticas de ocupación y formación de recursos humanos y torcer las variables negativas del desempleo. Se señala esto a raíz de la noticia publicada ayer dando cuenta de que en la ciudad de Casilda 50 personas decidieron renunciar a los 150 pesos de los planes jefas y jefes de hogar, luego de que pudieron recuperar el empleo formalmente. Uno de ellos, tras varios años de angustias y grandes desazones, dijo que sentía que "había recuperado la dignidad". Hay que recordar que eso también comprende el trabajo. Más allá de cubrir las necesidades básicas, las personas necesitan imperiosamente tener una herramienta concreta para insertarse en su sociedad para descubrir y llevar adelante un proyecto comunitario, barrial, ciudadano, nacional, para compartir y estar firmamente arraigado en el cosmos de la polis, o de la patria. El empleo de calidad provee el sentido de pertenencia, da una proyección de futuro, de trascendencia a las personas. Les da la posibilidad de sentir que viven para algo, que pueden acceder a diversas formas de superación personal y del núcleo familiar. Ese sistema, estuvo y mantuvo el país hasta hace poco más de un lustro. Y en muy poco tiempo desapareció de la mano de las privatizaciones, la precarización del empleo y el desprecio (por causas fundadas e infundadas) de las organizaciones obreras. A la luz del extenso rosario de reclamaciones y conflictos, se puede sostener que la dirigencia mató prolija y acabadamente a la gallina de los huevos de oro. De modo que el gobierno no puede ufanarse de haber reducido la tasa de mortalidad por desnutrición, porque cualquiera sea el color político, nunca debieron existir. La asistencialidad es apenas un parche doloroso que deja una rémora inacabable de pústulas sociales. La asistencialidad no sirve, el trabajo sí, y es, por sobre todo, un derecho esencial que ojalá puede ser garantizado en el futuro a todos los que habiten el país.
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