Viniendo desde la capital, Montevideo, por la ruta Interbalnearia, siguiendo una cinta de blancas, finas y relucientes arenas, el viajero verá de pronto ante sus ojos un paisaje donde se destacan lujosas torres que bordean el mar, pero todavía faltará un largo andar por la costanera antes de entrar en la maravillosa península de Punta del Este, en Uruguay.
Esta península es un muro de contención para el impetuoso oleaje oceánico y divide a la costa en dos zonas bien diferentes: La Brava y La Mansa. La primera, directamente enfrentada al Atlántico, es la elegida por quienes disfrutan de bañarse entre olas envolventes. La segunda, calma y suave, atrae a los niños y personas que prefieren las aguas tranquilas. Por ser una lengua de tierra rodeada de mar, Punta del Este goza de mayor oxigenación del aire y proporción de ozono, yodo y salitre que otras playas.
Pero no todo es sol y playa. Cuando llega la noche la propuesta recreativa incluye shows musicales, exposiciones culturales, discotecas para todas las edades, salas casino y complejos de cines. Por supuesto que antes de las salidas nocturnas los gourmets se encuentran con un paraíso culinario, ya que se ofrecen platos típicos de distintos países del mundo.
Cada año con mayor fuerza la cercana Barra de Maldonado se convierte en un polo de atracción turística en ocasiones complementaria y en otras absolutamente independiente de Punta del Este. Este lugar, que fue capitalizando de a poco a los turistas que no querían acercarse al ruido de la península, tiene hoy su propia vida social. Poco queda de los tiempos en que La Barra era un solaz de tranquilidad. En la actualidad sus discotecas, bares y paradores marcan la pauta de la movida veraniega.
Piriápolis, descanso en familia
Para quien desee pasar sus vacaciones en un remanso de paz junto al mar, en contacto directo con la flora y fauna regional esteña, nada más aconsejable que el balneario de Piriápolis, ubicado a 100 kilómetros de Montevideo y a sólo 30 de Punta del Este. Una graciosa bahía encerrada por boscosos cerros, formando una abierta herradura costera, acompaña el desarrollo urbanístico de la ciudad balnearia más tradicional del país.
La belleza paisajística y las diversas posibilidades de efectuar paseos y actividades deportivas, sociales y culturales atraen a personas de la región y el exterior.
Desde lo alto de los cerros se tiene una visión plena de la pequeña ciudad que trepa las laderas y se experimenta la sensación de ser dueños de toda la tranquilidad del planeta.
Piriápolis guarda intacta algunas de las obras y construcciones de la belle epoque. El gran y lujoso hotel del centro de la ciudad tuvo una merecida rambla costanera en su frente, que se conserva prácticamente igual que cuando fue construida y constituye el clásico paseo que emprenden los visitantes al atardecer.
Pero más allá de los virtudes arquitectónicas, Piriápolis dispone de una oferta integral de descanso, ideal para combatir el estrés, siempre con la compañía de las olas que se acercan lentamente a la costa.