Pablo Kandel
Poca duda cabe, a esta altura, que la debilidad de la economía y de la moneda argentina en el último año, le ha significado no pocas dificultades pero al cabo ha sido fuente de su inesperada fortaleza. Cuando se derrumbaba el valor del peso, desde enero hasta julio, alcanzando picos de 3,80, nadie daba un centavo por el futuro económico del país y el futuro social de la población, que se deterioraba y lo sigue haciendo. Los dolarizadores y adoradores de la convertibilidad clamaban porque se volviera a un cambio fijo si bien concedían que ya no podía ser el uno a uno, de hasta diciembre de 2001. El FMI rechazaba todos y cada uno de los planteos del gobierno, sean los de Remes Lenicov y después los de su reemplazante Lavagna, con el argumento de que faltaba un ancla monetaria y que por lo tanto el programa no era sustentable. Ahora, los parámetros básicos han cambiado. El dólar, después de aumentar todo lo que tenía que aumentar, aunque menos que lo que vaticinaban los pronosticadores de catástrofes, retrocedió, en parte porque se había sobrevaluado y también porque la sede del dólar, la economía norteamericana, conducida vacilantemente por Bush, también muestra déficits crecientes robustecidos por una keynesiana rebaja de impuestos impulsada por los que, para otros países, propagandizan una disciplina fiscal estricta basada en altos impuestos y tijeretazos en los gastos sociales. Después de ensayo y error en el gobierno argentino se impuso un enfoque intermedio, propiamente lavagnista, es decir, fincado en la producción pero sin desdeñar las fuertes ligazones financieras del modelo y la necesidad, en algún momento, de reanudar pagos y normalizar las relaciones entre deudores y acreedores. Ello llevó a desechar los planteos de quienes veían el juego de pinzas dólar caro-Argentina barata como panacea o solución. La convocatoria del ortodoxo, pero también pragmático, Prat Gay a la presidencia del Banco Central dio la pauta, cuando se pronunció públicamente por un dólar de 2,80, mientras el ministro Lavagna lo hacía por otro de 3,50. En los hechos, la cotización se estableció en torno a 3,25/3,30, algo intermedio entre las dos posturas. Todo lo que había implicado un dólar caro eran factores imposibles de desdeñar así nomás, como un efecto tonificador y dinamizador sobre la industria, largamente paralizada, por sustitución de importaciones y retoma de corrientes exportadoras, como también explosión del turismo interno, disminución de viajes de argentinos al exterior y auge del turismo internacional hacia el país. Paralelamente, se fue levantando también el fantasma de todos los efectos negativos que eso podía entrañar, como una espiral inflacionaria descontrolada, la reanudación de la carrera de precios y salarios, el agio, la especulación y el desabastecimiento, terminando en una hiperinflación. Eso ha venido asomando, de manera muy atenuada, pero sólo porque el aumento de precios de los bienes básicos de la canasta familiar, incluyendo alimentos y combustibles, no se vio acompañado por el aumento de los servicios públicos esenciales, los cuales están pendientes y en un momento muy próximo se van a producir. De tal manera que ninguno de los extremos del modelo cerraba y se impuso una línea intermedia, dentro de cuyos parámetros, el FMI se avino finalmente a negociar y buscar una solución que "patee" los vencimientos de los organismos internacionales, por lo menos en los próximos meses. Ya no hizo tanto hincapié en un anclaje monetario, convino en que se progresó hacia la estabilización pero que aún faltan muchas cosas que deberán ser anudadas por el próximo gobierno. Mientras tanto, desde el punto de vista fiscal se progresó hacia un financiamiento ordenado del Estado nacional y de las provincias, pero en lo impositivo la solución no fue del todo satisfactoria y dejó muchas incógnitas. Por ejemplo, que después de dos meses de IVA al 19 por ciento haya tenido que volver al 21 por ciento, por más que el experimento haya sido calificado como "un éxito", decepcionó. También en el controvertido tema de la derogación del ajuste por inflación, luego que estuvo suspendido durante la convertibilidad, la salida que se buscó no dejó a nadie contento y puede dar lugar a rebelión fiscal, por más que el titular de la Afip, Alberto Abad, dijo que por ahora no hay nada de eso. Por otra parte, la recaudación del impuesto a los combustibles cayó, a raíz del masivo desplazamiento de los automovilistas hacia el GNC. Esto se pretende remediar estableciendo la proporcionalidad o porcentualidad, es decir que el impuesto a combustibles sea un porcentaje y no un valor fijo, pero su puesta en marcha también es compleja pues puede provocar una repotenciación inflacionaria. Y en lo que respecta al incentivo docente, el gobierno no puede dar respuesta, lo que augura un nuevo conflicto y quizás, una nueva carpa blanca, señal de que en la Argentina los problemas son repetitivos (DYN)
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