Mauricio Maronna / La Capital
Eduardo Duhalde tiembla de sólo pensar que Carlos Menem llegue a ganar la interna. La histérica batalla que libran desde que decidieron romper amarras ingresa por estos días en su etapa final y no le ofrece una oportunidad a la paz. El jefe del Estado ordenó a su tropa (un combo de intendentes, ministros y punteros territoriales) cerrar filas bajo una consigna que no deja lugar a dudas: "Ni un paso atrás". Para preparar la madre de todas las batallas, Duhalde consultó a Julio Aurelio (un histórico encuestador justicialista), repasó los sondeos y arribó a dos conclusiones: no debe haber internas y el candidato oficialista tiene que ser Néstor Kirchner. Los números de la consultora Aresco son contundentes respecto de la intención de voto de los peronistas, que mantienen a Menem en el primer lugar, seguido por Adolfo Rodríguez Saá. No le quedó más remedio que elegir como delfín a Kirchner, aun a sabiendas de que el poco carismático gobernador santacruceño despertaría más incertidumbre que euforia. El bordado del acuerdo le generó no pocos dolores de cabeza a Duhalde, quien debió ponerle el pecho a las objeciones de varios de los poderosos barones del conurbano que sienten resquemor por el discurso centroizquierdista de Lupín. "En las reuniones que hacíamos por la coparticipación este tipo siempre maltrataba a otros gobernadores que, a duras penas, podían pagar los sueldos con dos meses de atraso. Claro, él es lobbista de las empresas petroleras, tiene casi 500 millones de dólares depositados en el exterior y una provincia con 200 mil habitantes, muchísimos menos que la ciudad de Santa Fe...", hizo catarsis ante La Capital un ex funcionario de Hacienda. Con tal de sacar a Menem de la cancha, Duhalde no ahorra gestos efectistas: le pone el rótulo de "renovación" al espacio que aspira liderar y justifica la eliminación de las internas por la "composición fraudulenta de los padrones". Las palabras del jefe del Estado pierden consistencia cuando se toma lista a los partícipes del mitin desarrollado en la quinta de San Vicente. ¿A qué renovación aspiran Carlos Juárez, Manolo Quindimil, Hugo Curto, Lorenzo Pepe, entre tantos otros? El mantenimiento en el tiempo de padrones inflados parece responder a una estrategia deliberada de los partidos políticos (no solamente del justicialismo) para dejar desinflada la reforma política. La virulenta pelea permite que el peronismo siga viviendo con los ojos en la nuca. En los 80, ortodoxos y renovadores se enfrentaron en dos congresos paralelos: el del teatro Odeón, donde los ortodoxos sacaron a patadas a Menem, y el de Río Hondo, donde jugaron sus fichas los renovadores. Ahora el duhaldismo apuesta todo a que el 24 de enero, en Lanús, la mayoría de los delegados derribe las internas y les permita a los precandidatos pasar directamente a la general. "Y si joden mucho, les vamos a consagrar el candidato por aclamación", desafían los ultraduhaldistas. Saben que si Menem gana las internas, el hombre de Lomas de Zamora deberá volver a su estudio jurídico y los intendentes serán captados por el pacman de La Rioja. Frente a los nubarrones que se posan sobre el horizonte peronista, los dirigentes más lúcidos coinciden con quienes diagnostican que el otrora Movimiento Nacional Organizado es hoy una liga de gobernadores. "Aunque nos alcance para gobernar, nosotros nacimos para tener un jefe, lo dice la historia. Desde que Menem y Duhalde juegan a la guerra, el peronismo cayó en picada, desapareció de la calle", narra un dirigente de mil batallas. Así como el PJ debe agradecer eternamente la ineptitud de Fernando de la Rúa y Carlos Chacho Alvarez a la hora de ejercer el poder, también tendrá que implorar que el escenario preelectoral siga convertido en una hojarasca sin orquídeas, ni por izquierda ni por derecha. Si existiera un candidato/a que aglutine algún grado cierto de expectativa popular, la variante de los neolemas sería un suicidio para el oficialismo. El PJ dividirá sus votos hasta el paroxismo, consolidará la ruptura y le regalará a la oposición un margen de maniobra impensado. Pero, a favor de duhaldistas, menemistas o adolfistas juega la inopia de la centroizquierda (atomizada y voluntarista) y la cerrazón de la centroderecha (incapaz de proponer algún plan que no lleve como título "ajuste fiscal"). La Argentina necesita que el peronismo deje de jugar al ping pong con las instituciones y de acomodar el traje a su medida. Eso se resuelve dirimiendo liderazgos por medio de elecciones internas y no retrasando el reloj de la historia mediante el ardid de contar delegados como si fueran porotos en un estadio cerrado y custodiado por expertos. Es lo que propusieron Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, aunque luego variaron su posición y se reclinaron en el salomónico sistema de neolemas, un caramelo que les tiró Duhalde y que aceptaron saborear. Si el congreso de Lanús se transforma en una asamblea deliberativa, está claro cuál será el argumento duhaldista: "No hay tiempo para convocar a internas porque los padrones incitan al fraude". También se puede pronosticar el razonamiento que expondrán los menemistas: "Nos quieren proscribir". El estado de rosca permanente mandó al último lugar de la fila los pedidos de renovación dirigencial y reforma política. "¿Alguien está pensando en la gente", se preguntaba De la Rúa desde un spot publicitario pocos días antes de las elecciones de octubre del 99. Si ese mismo interrogante se repitiese hoy, para encontrar la respuesta bastará con auscultar las encuestas y monitorear el magro porcentaje de intención de voto que cosechan todos los candidatos. El presidente que suceda a Duhalde encontrará un país hundido en el default y una sociedad desgarrada por la pobreza y la falta de horizontes. "Quien no tiene cabeza para prever, debe tener buenas espaldas para soportar las consecuencias", escribió Juan Domingo Perón. Sería bueno que los candidatos no hayan salteado ese párrafo.
| Duhalde se juega su futuro en su pelea con Menem. | | Ampliar Foto | | |
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