| | cartas La alegría de vivir
| Ramiro Fuentes meditaba. Era frecuente en él esa actitud. Pero en estos primeros días de este flamante 2003, algo lo inducía a pensar que debía asumir un punto de vista más alentador, más promisorio, ante los resabios aterradores y vitalicios que aquejan al mundo por estas horas. La inminencia de una nueva guerra con aprestos bélitos diabólicos e inusitados, el desafío a las reglas de Dios a través de una secta de personajes rayanos con el delirio, el desequilibrio ecológico con frecuentes catástrofes en todo el planeta y la paranoia humana en todo sentido que muestran los diversos medios de información pública, y que se vislumbra y se palpa sin duda en todas partes. Sin embargo, Ramiro Fuentes notaba aún indicios de un orden preestablecido que se mostraba inalterable. Por supuesto que se trataba de un modelo donde imperaba el sentido equilibrado de la razón y la justicia, totalmente ajeno a las delirantes improvisaciones de los hombres. Y mientras esto fuera así, ya que no cabían dudas de su nomenclatura eterna, Ramiro Fuentes transitaría por esos jardines de la vida, "verdaderos oasis del pensamiento espejado en la mística" que lo gratificaban con alegría y esperanza. Felipe Demauro
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