Año CXXXVI
 Nº 49.717
Rosario,
viernes  10 de
enero de 2003
Min 21º
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cartas
Mejorar la vida

Como todos los argentinos, siento la preocupación de la miseria en nuestro país, el nivel de desempleo y la emigración creciente de nuestros jóvenes. Pero mi postura es siempre desde la realidad. Y la realidad de los jóvenes egresados de la ciudad de Rosario y de toda su zona de influencia me invadió, me mostró su peor cara e instalando una pregunta: ¿estos son los jóvenes de los cuales depende la esperanza del país?, ¿estos son nuestros hijos que nosotros permitimos alegremente gocen del libertinaje? Sí, papás (supongo que tan ignorantes como yo en esa materia) me he ocupado de recabar informes y salvo honrosas excepciones de alguna facultad estatal "la moda" para la fiesta de egresados (moda no impensada por los intereses de turno) es pico libre, muy poca comida, trajes costosos y tarjetas carísimas. A las dos o tres de la mañana los jóvenes han perdido totalmente el control, transformando una fiesta en una bacanal donde una gran mayoría de mujeres se arrastra o se tira directamente al piso y los varones más violentos se dedican a confrontar con la guardia de turno. La amargura de presenciar semejante estupidez, dinero mal gastado, manoseos asquerosos de borrachas y borrachos, me pareció un insulto tremendo a quienes trabajamos por el país, a los niños que mueren de hambre sin ninguna posibilidad de alcanzar mínimamente lo que estos jovencitos creen tener por derecho propio. El peligro que representan para ellos mismos a bordo de un auto y para quienes se crucen en el camino, es indescriptible. ¿Dónde perdimos el derecho a que se respeten nuestros hijos? ¿Desde dónde, en qué miserable mente se teje que hay que emborracharse hasta perder la conciencia para ser feliz o piola? Una parte muere de hambre, eso es una injusticia tremenda no autogenerada, pero lo nuestro (porque me incluyo como mamá de adolescentes) es de un grado de inconsciencia, de falta de personalidad, de estupidez oficializada de parte de todos: la casa de estudios, los egresados, las autoridades, los desaprensivos servicios de catering, los papás y familiares, que no tardaremos en pagarlo muy caro en el corto plazo, como ya lo hemos visto en la Argentina. ¿Y qué diremos entonces, a mí no me toca, mi hijo no, que se ocupen las autoridades? Trabajemos en conjunto, son nuestros, son de todos, y de verdad que hablo desde el cariño que me producen estas vidas que despiertan. Propongo un año Nuevo distinto, dejemos de jugar a vivir, la vida se vive de frente, con alegría no con este desprecio profundo de la juventud, que en todo caso es un regalo que no merece el desprecio. Hay mucho por hacer. Hagamos algo.
María Vilalta, profesora en ciencias económicas y escritora


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