Año CXXXVI
 Nº 49.713
Rosario,
domingo  05 de
enero de 2003
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Análisis: La alegría sigue siendo sólo brasileña

Mauricio Maronna / La Capital

Juguemos en el infierno mientras el diablo no está. Esa parece ser la idea fuerza del justicialismo (amo y señor del poder político) a la hora de pisotear todas las reglas del sentido común. ¿Alguien puede creer que la ley de lemas surgida de un cenáculo de dirigentes será digerida por la oposición y evitará un escándalo de proporciones? ¿Alguien está en condiciones de certificar que la (aun domesticada) Justicia aplicará el laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar)?
El sistema de lemas ungido el viernes es solamente un artificio lucubrado por el duhaldismo para que el tiempo se encargue de hacerlo trizas y así llegar al objeto del deseo: elecciones a fines del 2003.
Nunca como esta semana quedó al desnudo la fragilidad de la política argentina, un ámbito en el que las palabras vuelan con la rapidez de un rayo y la insensatez no pasa de moda.
Pero no es solamente el PJ el culpable del desplome de la política: basta con pegar una mirada rápida hacia el radicalismo (partido que nació para terminar con el fraude institucionalizado y hoy sumergido en el escándalo) para darse cuenta de que la crisis de legitimidad y la ausencia de verdaderos tigres de papel corroe la mayoría de las estructuras dirigenciales.
El magro 16% de intención de voto que recogen los que más cerca están de acceder a la Presidencia evita devaneos teóricos que confundan al lector.
"Cualquier artilugio que evite las internas provocaría una fractura", le dijo Carlos Reutemann a La Capital el 26 de diciembre. Sin embargo, el viernes, Lole avaló el "artilugio" de la ley de lemas. Si hasta el dirigente mejor conceptuado por su correspondencia entre el decir y el hacer cae en semejante contradicción, ¿qué se puede esperar del resto?
La ley de lemas es el instrumento que le permitiría a Reutemann romper su cadena de nones y lanzarse de lleno a una postulación presidencial, algo que no solamente reclaman numerosos dirigentes peronistas sino también una amplia franja de la sociedad. Si ese fue el razonamiento que lo llevó a cambiar de posición (algo difícil de contemplar teniendo en cuenta su cerrazón a pelear por la Rosada), su contradicción tendría, al menos, un sentido pragmático.
Así como la crisis se llevó puesta a la UCR, la imbancable pelea entre Eduardo Duhalde y Carlos Menem puede terminar con los restos del PJ. Lo peligroso es que la tentación justicialista de convertirse en partido único (una especie de Pri-peronismo) haga tambalear todo el sistema.
No está de más contemplar el escenario electoral, donde el hit "que se vayan todos, que no quede ni uno solo" parece un pésimo chiste.
En Santiago del Estero, el caudillo Carlos Juárez (autor del proyecto de ley de lemas avalado en la mesa chica del congreso del PJ) no se privó de echar a patadas del poder al gobernador electo, Carlos Díaz; en Catamarca, la candidatura a gobernador justicialista se dirimirá hoy en la compulsa que sostendrán Luis Barrionuevo y Ramón Saadi. La renovación dirigencial está tan lejos como Rosario de Alaska.
Mientras peronistas y radicales apuestan al papelón como si se tratase de un juego de suma cero, la Lulamanía que embriaga a la progresía nacional ofrece matices que bordean el ridículo. Socialistas, aristas, frentegrandistas (y sigue la lista) hicieron su segunda caravana de la felicidad (la primera había sido el día de las elecciones) para estar presentes en la asunción del "obrero presidente".
Si el ARI, el Partido Socialista, Izquierda Unida, Autodeterminación y Libertad, el Frente Grande y otras agrupaciones menores gastaran su tiempo en imitar los pasos de Lula (en vez de extasiarse como si se tratase del cuento de la Cenicienta) el camino hacia el poder en Argentina les quedaría al alcance de la mano.
Pero, en vez de buscar puntos de consenso básico y programas realistas de gobierno para enfrentar lo que caracterizan "como sueño hegemónico del peronismo", se convierten en un mosaico de sellos que, individualmente, los convierte en una opción inválida de poder.
A quienes siguieron por televisión las imágenes de la asunción del líder del PT les provoca un mix de envidia y deseo la expectativa depositada por millones de brasileños en un dirigente político. ¿Cómo comparar semejante ilusión popular con la depresión que rodea a los argentinos al mapear la raquítica oferta electoral?
No hay caso, la alegría sigue siendo sólo brasileña.



(Ilustración: Héctor Beas)
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