Corina Canale
Cuando Jorge Bunge y Héctor Guerrero llegaron a esa desolada comarca bonaerense de playas anchas y enormes médanos vivos, supieron dos cosas: que eran los primeros en atreverse a soñar con una ciudad en medio del arenal, y que esa ciudad la construirían ellos y se llamaría Pinamar. Corría la década del 40 cuando los dos pioneros iniciaron la titánica lucha contra las grandes masas de arena. Una lucha en la que ya estaba empeñado, desde los albores del siglo, un grupo de belgas de Ostende, quienes luego de muchas frustraciones fueron dejando un hotel que sobrevivió a aquella epopeya y un lugar al que llamaron como su lejana ciudad a orillas del mar del Norte. La experiencia de los belgas le sirvió a Bunge y Guerrero para saber que no había que tocar los médanos, pero sí fijarlos. Y cuando vieron que la tierra estaba firme la imaginaron fértil y plantaron árboles en lo que sería el balneario más sofisticado de la costa atlántica. El antiguo desierto se convirtió en un bosque de pinos y la ciudad -aquella Pinamar que soñaron los pioneros- en un lugar donde cada uno encuentra lo que busca. Desde el muelle de pescadores hacia Valeria del Mar hay playas tan silenciosas y extendidas que en ellas recalan los solitarios. Pero desde la Bunge y la avenida del Mar, hacia La Frontera, allí donde se alza la terraza del bar La Lucarna -famoso por su café con cognac, canela y otras delicias-, comienza la movida. Un collar de balnearios donde se comen rabas al ajillo con vino blanco helado, y la gente se queda hasta que anochece, bailando ritmos agitados en la arena o simplemente mirando pasar los largos días del verano. Este año la sensación es que cada balneario competirá con los otros para retener a los visitantes, quienes pagarán aproximadamente entre 350 y 1.300 pesos por una cómoda carpa, o entre 250 y 450 por una sombrilla. Lo que se comenta es que muchos brindarán clases de salsa y tango gratuitas, y que otros regalarán tragos y remeras. La oferta gastronómica es muy amplia, pero si de elegir se trata no perderse las pastas de Paxapoga, frente a la rotonda, ni las ensaladas fresquísimas de El Viejo Lobo, cerca de la Bunge. También se avisora el regreso de los megaeventos de las grandes empresas nacionales e internacionales -alejadas en estos últimos veranos- que sospechan que se viene una temporada histórica con record de turistas vip. En la ciudad la cita obligada es la confitería Insbruck, punto neurálgico de los encuentros sociales, y los turistas habituales saben que es un rito reservar una noche para comer los ñoquis rellenos de la Sociedad Italiana. Los jóvenes encuentran muchas caballerizas en la entrada de la ciudad, donde un grupo de chicos del lugar los inician en las cabalgatas por los bosques cercanos. Una silueta que rápidamente se hace habitual es la del todo terreno Gigante, una mole pintada de colores que transita las dunas como si nada. El Gigante y los vehículos más pequeños de Celeste y Mauricio van hasta el cementerio de caracoles y llegan a lugares escondidos donde se enseña arquería, un deporte que los instructores aconsejan "para centrar la mente". El Club Hípico renueva su propuesta de cabalgatas diurnas y nocturnas, por bosques, playas y médanos, y ya se están organizando torneos de pato, polo y salto. Y para los golfistas hay dos campos excelentes en Pinamar y otro en la cercana Cariló. El turismo rural también recaló en este enclave marino con dos estancias: La Victoria y Dos Montes, establecimientos con mucha historia donde se realizan paseos en viejos carruajes, hay lagunas para pescar y también parajes para safaris fotográficos. Este verano los espectáculos abarcan desde los desopilantes monólogos de Enrique Pinti hasta el talento único de Julio Bocca, pasando por un Festival de Jazz y una muestra de Benito Quinquela Martín, ésta última la apuesta más fuerte de la temporada. La actividad nocturna pinamarense para los jóvenes tiene dos reductos especialísimos: Ku y El Alma, que están uno junto al otro y donde se baila hasta que amanece. Para los más grandes hay pequeños lugares como Pino Bar, donde siempre suena un piano. Y el día, en este balneario, es como corresponde: a pura playa.
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