Año CXXXVI
 Nº 49.713
Rosario,
domingo  05 de
enero de 2003
Min 18º
Máx 24º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Testimonio sobre la represión fascista en Italia durante la Segunda Guerra
Una memoria personal para evocar los años de la persecución antisemita
En "Cielos de espanto", Aldo Zargani revive la odisea de una familia de origen hebreo en medio del genocidio

Osvaldo Aguirre / La Capital

La persecución antisemita durante la Segunda Guerra Mundial está asociada al régimen nazi y a la maquinaria represiva montada a través de los campos de concentración. Las manifestaciones del genocidio en otros puntos de Europa han quedado en segundo plano, ante la magnitud del horror hitleriano. La publicación de "Cielos de espanto", de Aldo Zargani, viene a descubrir al respecto una zona poco explorada, la de la vida cotidiana bajo el régimen fascista imperante en Italia.
Zargani nació en Turín en 1933 y entre 1954 y 1994 trabajó en la RAI, la radiotelevisión pública italiana. "Cielos de espanto", publicado por Losada con traducción de Roberto Raschella, es una autobiografía que evoca el período 1938-1945, etapa a la vez siniestra y maravillosa: "son los años de la persecución y del miedo, pero también los años fabulosos de la infancia". Ese lapso está delimitado por acontecimientos históricos: la promulgación de leyes raciales en Italia, destinadas a la segregación y el aislamiento de la población de origen hebreo, y el fin de la Segunda Guerra y la revelación de la magnitud de la Shoah.
Entre esos hitos transcurre la odisea de una familia obligada a una existencia errante y clandestina. "Mi vida está rota en dos fragmentos desiguales -dice el narrador-: el tiempo de los siete años de persecución se ha multiplicado de modo desmedido". El resto de su vida, más de medio siglo, queda reducido a un espacio estrecho y en definitiva no cuenta para la evocación, porque lo único que ha ocurrido y ocurre es el exterminio hitleriano, y esa catástrofe subsiste sin ser integrada en la sucesión ordinaria. Los hechos de la historia personal se han desprendido del tiempo corriente para instalarse en un presente que no puede hacerse pasado. "En mi interior, todavía hoy tengo diez años", advierte Zargani: esta frase no está dicha al pasar, porque refiere al momento -tan desgarrador que es asociado con la muerte- en que el narrador y su hermano son refugiados en el Arzobispado de Turín y se separan de sus padres.
La circunstancia de que el narrador haya sido un niño al ocurrir los hechos es decisiva. La evocación de la vida adulta pone en evidencia las confusiones y los errores de interpretación de la infancia. Algunos equívocos parecen tan evidentes como lacerantes: el día en que el padre es despedido de su trabajo, el hijo lo recibe con alegría, sin reparar en lo que ha ocurrido ni sospechar, por supuesto, lo que ocurriría a partir de entonces. Otros son más sutiles, pero igualmente dolorosos. El recuerdo de un concierto del padre revive en el narrador un fuerte sentimiento de angustia, aunque en los otros miembros de la familia permanece como un momento de felicidad: falsa impresión que patentiza la traumática situación de un niño que percibe la presencia de algo ominoso en su entorno. La infancia es además la perspectiva que orienta la narración, en sentido estricto: funciona como un largavista y a la vez como una lupa. La rememoración suele ser minuciosa en el rescate de las acciones mínimas y de los gestos (había un lenguaje de gestos que se ha perdido, dice el narrador), quizás porque vivir bajo amenaza, vivir escondido, pone de relieve el orden trastocado: el padecimiento de la familia Zargani se hallaba tan generalizado que existía una expresión dialectal - stermá- para designar a los "hebreos escondidos".
"Yo recuerdo de aquellos queridos seres lejanos -dice el narrador- un conjunto entrelazado de actos, palabras, posturas, miradas, rayos de luz, reflejos, juicios míos que son huidizos y confusos como los fantasmas". En cambio, los episodios históricos no son objeto de narración. Zargani no se dedica a comentar las leyes raciales, por ejemplo, sino que da cuenta de su impacto en la cotidianeidad: el padre es despedido de la orquesta que integraba, en Asti no pueden ir a la escuela porque no hay establecimientos para hebreos, los únicos que les eran permitidos. De igual modo, los campos de concentración nazis no aparecen sino lateralmente: hay un tono medido, y por eso contundente, para dar cuenta del padecimiento de las víctimas. El narrador no los ha conocido por experiencia directa sino a través de relatos, de las vidas de los amigos y los familiares conducidos a la masacre.
Pero el horror no se limitaba a la mecánica del exterminio. La minucia de los perseguidores anegaba los lugares más recónditos de la existencia: "La ejecución de nuestra lenta condena a muerte exigía calma, organización y ritos burocráticos". Lo ocurrido durante los siete años supone, por eso, un cúmulo de historias y gestos por descifrar, ahora y en lo porvenir. La autobiografía deviene en última instancia de la conciencia de algo desgarrador -Zargani lo describe como "lesión invisible" y como "enfermedad"- que no puede ser reparado y obliga al relato.



(Ilustración: Chachi Verona)
Ampliar Foto
Diario La Capital todos los derechos reservados