| | Exito y ocaso de un símbolo de la fabricación nacional. Las maniobras sindicales y la banda de los Ford Falcon Israel Berestan, fundador de Villber, reaparece con un libro polémico "La miseria es el precio que se paga por la artera destrucción de la industria", sentenció
| Daniel Leñini / La Capital
Supo levantar una de las fábricas más importantes del país (Villber), con 500 obreros y exportaciones a todo el mundo, y a las cuatro décadas tuvo que cerrarla en Villa Constitución precisamente cuando creía haber sobrevivido a todo. En el momento final entendió, y lo ratificó luego, que las mayores causas de las desdichas no son los gobiernos de turno ni los ministros de Economía -"pudimos sortear hasta el monetarismo más rancio de Martínez de Hoz", dice-, sino los nichos de corrupción y mesianismo más cercanos, que florecen según las épocas. Conoció a Perón, Frondizi y más tarde a Fidel Castro en la Habana, cuando Villber -su empresa- montó la cadena de frío en la isla (3.000 heladeras, 4.500 exhibidores, 200 locales comerciales) que permitió a los cubanos multiplicar por siete el consumo promedio de pescado: de tres a 22 kilos anuales por persona. Israel Berestan, 74 años, a casi 20 de la depresión que lo tumbó cuando todo había terminado, volvió a escarbar papeles y anotaciones, a confiar en los pliegues de la buena memoria para dar a luz un libro donde cuenta su pasado y de alguna manera el de la Argentina. Allí está buena parte de la historia; desde las "donaciones" obligadas a la Fundación Evita en el primer gobierno de Perón, hasta los pesados que en los 70 lo visitaban para liquidarle a los "comunardos" a cinco lucas por cabeza; desde la admiración por Frondizi y sus proyectos mayores -"charlas increíbles que cerraba con exposiciones sobre Maimonides y Baruch Spinoza"-, hasta los llamados de un luego ministro de Alfonsín para que transara con el sindicalista Alberto Piccinini (secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica de Villa Constitución). En "Industria Argentina, origen, desarrollo y destrucción" también aparecen Feced, las bandas de los Ford Falcon, el ERP, los delegados del "Villazo" muertos años después en La Tablada, el secuestro de un sobrino y la fabricación clandestina de armas en la propia planta de Villber. "Cierta vez -narra- el general Díaz Bessone, comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, nos citó a un grupo de empresarios a la sede del Comando, que estaba en Córdoba y Dorrego, para un ágape. Pero una vez allí, dispuestos en fila, nos invitaron a pasar frente a una mesa que exhibía armamentos de fabricación casera para que reconociéramos si algunos provenían de nuestras fábricas. Miré de lejos y me ardió el rostro: se trataba de los tubos de pasillos de revisión con cinta transportadora, esmaltados con epoxi en polvo que sólo nuestra planta en la zona utilizaba. Mientras mentalmente armaba una estrategia medía las consecuencias: si los reconocía era un soplón infame, cómplice de la masacre que harían en la fábrica, si los ignoraba era cómplice también de la infamia. Quizá me están tendiendo una trampa, pensaba". No se puede certificar, a esta altura, la veracidad de ciertos acontecimientos recordados por Berestan en el libro ni coincidir con todas las opiniones, pero sí reconocer que al menos significa una aproximación a unos años plagados de excesos. "Las bandas parapoliciales irrumpieron una vez en la vivienda de un ingeniero de Celulosa de apellido Beristain; le dieron un brutal castigo mientras le gritaban «Ruso de mierda, dame los dólares de la exportación a Cuba». La esposa desesperada trataba de explicarles el error. Otra víctima fue Mario Pereyra, dueño de los supermercados La Gallega a los que abastecíamos; lo torturaron, le saquearon el departamento y le llevaron las alhajas, televisores, dinero, a plena luz del día en una camioneta. A través de sus contactos Pereyra pudo identificarlos a los seis y saber que se alojaban en el Hotel Italia, desde donde programaban los raíds delictivos". Uno de los sucesos que terminó de convencerlo a Berestan de escribir el libro ocurrió recientemente al descubrir a uno de sus antiguos operarios escarbando restos de basura con una hijita de 10 años. "Fue en Avellaneda y Pasco: «Don Beres, ¿qué tal?, ¿cómo está la señora Eva?», me sorprendió. Era Escobedo, que me contó que con el carro atado se las rebuscaba para darle de comer a la familia hasta que apareciera algún trabajo". Villber, que en los 80 montaba los equipos de frío de casi todos los súper argentinos, se nutrió de empleados rosarinos; hasta los avisos publicitarios eran de factura local, redactados por Jack Benoliel. "Esta ciudad es un faro y el futuro de Villber hubiese sido otro si no nos hubiésemos trasladado a Villa Constitución. El operario local tiene una ductilidad que parece única, aprende enseguida. Nosotros tomábamos muchos egresados de la escuela San José y del Politécnico, y era increíble la preparación, la formación que tenían. Eran el mayor capital de Villber, que cuando empieza a flaquear sufre el éxodo de técnicos a empresas competitivas como Market, Raffo, Bambi, Perito Moreno, Gepasa". -¿Usted percibe que la historia de Villber es el espejo de lo que ocurrió en el país? -Totalmente. La desocupación, el éxodo, la miseria, el hambre, son el precio que la sociedad paga por la artera y deliberada destrucción de la industria nacional. Observe el documento del Congreso de Industriales Exportadores del año 1960 que cito en el libro, leído por Esteban Daneri, dueño y fundador de los aros de pistón Perfect Cicles: "Estamos defendiendo el trabajo de siete millones de obreros y empleados, y de una enorme cantidad de científicos, artistas, intelectuales y técnicos para la total realización profesional y económica aquí en nuestra bendita patria y para que no se vean en el futuro obligados a emigrar en busca de otros horizontes". Parece una premonición. -Según lo que se desprende, para usted las fábricas pueden funcionar más allá de un dólar alto o bajo. -A mí me importaba un pepino el precio del dólar y la inflación. Estando en Israel, una vez un colega me dijo "¿Cómo pueden producir ustedes con inflación?". Le respondí: "No le doy pelota". Porque mis asesores habían creado una fórmula, un mix, que tomaba por ejemplo el precio del kilo de chapa, de cobre, del kilovatio, del novillo vivo Liniers y de ahí salía el precio al que tenía que vender las heladeras. Yo vendía a plazo, tomaba la plata, endosaba los documentos y compraba materia prima; que la inflación la resolviera el proveedor. Eso lo perfeccionamos con el tiempo. Lo mismo con los salarios; habíamos creado el salario vital móvil para nuestros empleados que variaba de acuerdo a la evolución de la canasta familiar: si aumentaba la carne, aumentaban los sueldos. Y así estuvieron casi siempre un 70 por ciento por arriba del convenio. Era la mejor manera de mantener lejos a los sindicalistas; no tenían que venir a la empresa a negociar un nuevo acuerdo y salir a mostrar laureles. Ahora resulta que Moyano no chilla, Daer tampoco, dicen que el veranito marcha bien y mientras tanto la inflación le comió el sueldo a los trabajadores. -De todos los presidentes que conoció, ¿cuál lo impactó favorablemente? -Frondizi, que era espectacularmente brillante y bien intencionado. Admiré mucho también, sin haberlo votado, a Héctor Cámpora porque tenía un proyecto de país en desarrollo, abierto al mundo; venderle a quien nos comprara y comprar a quien nos vendiera. El gobierno de Frondizi y Cámpora fueron islas que tuvo la república. -Determinados comportamientos que usted narra parecen no tener más cabida, como la huelga de dos meses que padeció Villber en solidaridad con los trabajadores de Acindar. -Ojalá se haya avanzado, para mí no. Son los mismos fundamentalistas de siempre; esos paros se producían cuando teníamos que despachar las heladeras a Cuba en un contrato por 18 millones de dólares. Pero tampoco era un paro contra Acindar: Acindar tenía un sobrestock que quería liberar, entonces el paro le convenía y lo propiciaba; lo aprovechó, se quedó con menos gente y menos stock. Piccinini fue creado y sostenido como sindicalista por la Acindar de Martínez de Hoz para enfrentar a la llamada burocracia sindical de Lorenzo Miguel. Esa es la verdad.
| Berestan fue dueño de una de las fábricas más grandes. (Gustavo de los Ríos) | | Ampliar Foto | | |
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