Ricardo Ciccarelli (*)
Es difícil sustraerse a la tentación de aprovechar las fiestas de Navidad y Año Nuevo para realizar un balance, para proyectar cosas nuevas, para proponernos alcanzar los objetivos que en el año que se va quedaron en la columna del debe. Es casi una cuestión cultural, una tradición. Sin embargo, hay períodos en la historia que nos salvan de caer en el lugar común, porque lo que ocurre es tan intenso, tan dramático, que no ponernos a pensar qué hacer en esta nueva etapa que inaugura el calendario es tal vez una omisión imperdonable, más aún para quienes tenemos responsabilidades institucionales. El 2002 dejará su impronta en todos nosotros. Más allá de la debacle económica, política e institucional que vivimos, fue el año en que le vimos el rostro más desagradable a la decadencia moral y cultural de los argentinos. Y, por contraste, el año en que asistimos a inesperadas experiencias de solidaridad colectiva que mitigaron en parte aquella desolación y nos hicieron sentir que vale la pena seguir buscando alternativas. Desde la Defensoría del Pueblo de Santa Fe hemos sido testigos privilegiados tanto de lo uno como de lo otro. La comunidad sabe de nuestro esfuerzo por evitar los abusos y la indiferencia de quienes toman decisiones que afectan a miles de ciudadanos desamparados. Sabe también de nuestro interés por acompañar e impulsar toda forma de resolver los innumerables conflictos que se nos presentaron, yendo incluso más allá de lo estrictamente normativo para meternos de lleno en una realidad que desborda al mandamiento jurídico. No es casual que en este año hayamos recurrido más que nunca antes en nuestros diez años de historia a la mediación para atender situaciones problemáticas. El 2003 ya despunta y hay que admitir que nos encuentra envueltos en una mezcla rara de sentimientos, algunos de ellos encontrados. Será porque sabemos todos que viviremos otro año decisivo, con la sabiduría popular puesta a prueba en las urnas, con la expectativa de un recambio dirigencial que se torna indispensable y a la espera de la toma de decisiones difíciles pero impostergables. Y todo esto en medio de un planeta que tal vez asista a una nueva guerra devastadora y a la conformación de un nuevo mapa del poder mundial, que -según todo indica- tendrá poco que ver con el que soñábamos sólo unos pocos años atrás. Sin embargo, no estamos dispuestos a dejarnos llevar por la ansiedad y a convertirnos en meros espectadores de lo que vendrá. Tenemos responsabilidades inexcusables con el pueblo santafesino y el desafío nos provee de los sentimientos positivos que balancean las lógicas preocupaciones. Estamos preparados para dar las respuestas que los ciudadanos esperan de nosotros y, por sobre los problemas circunstanciales que se nos presenten durante el año, estamos abocados a una tarea difícil pero apasionante: contribuir a la formación de un ciudadano responsable, consciente tanto de sus derechos como de sus obligaciones, que se reconozca como parte de una comunidad que lo necesita y que lo puede contener, que disfrute del éxito de su vecino y que se emocione con los sobresaltos de sus hermanos excluidos. Suele decirse que las crisis son también una oportunidad. Nuestro íntimo propósito para el 2003 es darle la razón al anónimo autor de esa máxima. (*) Defensor adjunto del pueblo de Santa Fe
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