Año CXXXVI
 Nº 49.703
Rosario,
jueves  26 de
diciembre de 2002
Min 21º
Máx 29º
 
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Editorial
Pirotecnia: ¿Habremos aprendido?

En contraposición con lo que sucedía habitualmente para esta fecha en años anteriores, Rosario registró anteanoche cifras bajas de personas afectadas por el uso de pirotecnia. Y del mismo modo que esta columna, en numerosas ocasiones, se erigió en tribuna crítica de las nefastas consecuencias de ese hábito, ahora corresponde -en contraposición- el elogio. Y la pregunta es: ¿habremos aprendido?
La respuesta, sin embargo, continúa siendo "no", pese a los ostensibles progresos que se verificaron durante la madrugada navideña. Sucede que aunque el número de heridos por detonación de petardos haya disminuido de manera drástica, cualquier rosarino es consciente del alto poder explosivo que tenían muchos de los artefactos que estallaron anteanoche. Y también el ruido puede ser causante de serios problemas. Porque no sólo lo sufren las mascotas, que en algunos casos llegan a padecer verdaderos ataques de pánico, sino que los decibeles elevados afectan gravemente el oído humano. La mayoría de los productos pirotécnicos supera al explotar el límite aceptable (120 dB), y así provocan en quien se halle a corta distancia lesiones que pueden ser irreversibles.
Lo que se intenta decir con estas líneas es que la mejoría reflejada anoche no resulta suficiente. Por supuesto que erradicar un hábito como el que nos ocupa, de profundas raíces culturales, no es tarea sencilla. Puede llevar años conseguirlo, y el camino que se recorrió el 25 por la madrugada puede ser el comienzo de la supresión definitiva de una costumbre tan absurda como peligrosa.
Todas las sociedades que maduran son capaces de aprender de sus errores. La Argentina ha sufrido en este año que ya termina golpes muy fuertes y la expectativa es que la dura lección aprendida no se olvide en el futuro. En el caso de la pirotecnia, comprender los enormes riesgos que su empleo trae aparejados debería desembocar en un cambio de actitud social destinado a eliminarla. No caben, en este caso, excusas ni medias tintas: la alegría colectiva no tiene por qué confundirse con la irracionalidad ni la violencia.


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