Sancti Spíritu.- Lejos está la gente de pensar que todo terminó. Que el crimen de doña Herminia Robasti quedó resuelto con la detención del Gordo y el Hermoso, los nenes de 12 y 13 años que aparecen involucrados en su muerte, y que están alojados en la policía de Menores de Venado Tuerto. Como sospecha o intuición, la figura de una tercera persona aparece en las especulaciones. A nadie le convence la escena con los dos chicos manipulando el peso muerto de la anciana hasta la silla donde la encontraron.
También se habla de una pareja que pasó frente a la casa de Juan B. Justo 157, a la hora de siesta, cuando el pulso de los pequeños pueblos se aquieta hasta lo irreal. Pero son conjeturas en voz baja, porque está la presencia insoslayable del miedo. Un temor difuso pero que alcanza para la contradicción: "queremos justicia y que la prensa se ocupe, que pregunte, que investigue", dicen los vecinos. No debe ser sencilla la situación por la que atraviesan, ahora resurgen dos historias desgarradas, como las vidas del Gordo y Hermoso, que ellos conocen desde siempre.
Otros atan cabos y encuentran sospechosa la actitud del Gordo, que el lunes pasado se fue antes de tiempo del comedor de la escuela, donde se mostró más ansioso que de costumbre. Pero hay algo más inquietante. En los últimos dos años hubo dos ataques a personas mayores, que murieron como consecuencia de un palazo: las víctimas fueron un hombre ciego y sin recursos que estaba solo, de apellido Lauría, y Bautista Anró, "de una conducta intachable, al que agredieron a garrotazos en el patio de su casa y después murió en el hospital", comentaron los vecinos consultados.
Los relatos convergen en un punto. Los dos chicos habían sido sorprendidos decenas de veces dentro de las casas, en los jardines, o comercios. Incluso eran clientes sigilosos de las frutas del jardín de doña Herminia Robasti, la mujer de 81 años, querida por todo el barrio, a la que según el menor de los agresores le dieron el palazo para sacarle la plata. Sin embargo el Gordo negó todo y dijo que no la conocía.
"Mi mamá siempre les daba algo a esos chicos", relató María Angélica Robasti, una de los tres hijos de la anciana en el comedor donde la encontraron muertas unas cinco horas después. Habían revuelto con precisión, sabían donde buscar, desapareció la plata de la jubilación y la alianza.
Huellas
En el lugar todavía están las evidencias de una mujer prolija y hacendosa, la máquina de coser está abierta, el arbolito de navidad armado y carpetitas debajo de los objetos. Una prueba de ausencia quizás la da un florero vacío, frente a la imagen de una virgen. Adelante del comedor está el pequeño comercio de venta de lanas y en la entrada un jardín muy cuidado y ahora lleno de flores. Ventanas y puertas enrejadas que no sirvieron de nada y el desconsuelo sin límites de María Angélica, que casi musita las palabras que antes piensa con cuidado.
"Nos crió a los tres hermanos en la unidad, estaba totalmente entregada a su casa, su muerte nos llena de violencia", dice y tiembla al pensar que puede llegar a encontrar a los chicos caminando por el pueblo. Ahora la casa familiar le resulta oscura y vacía de la presencia materna que tanto veló por su salud. Tratando de buscar un marco para el crimen de su madre, recuerda que "existe un grupo de mujeres que fueron asaltadas por chicos que entraban en sus casas, yo no sé cuántas personas fueron capaces de denunciar eso".
Una allegada a la familia no pasó por alto un detalle. A pesar de la conmoción que causó el crimen y de la estima que le tenían a la anciana, a su entierro no fue casi nadie. "La gente tiene miedo de hablar, porque hay una gavilla pesada, el pueblo no acompañó para pedir justicia", acotó. Antenoche las autoridades convocaron a una asamblea popular para tratar el tema de la seguridad.
Los relatos coinciden cuando describen a los chicos. El aspecto desvalido del Hermoso, su deambular solitario por el pueblo pidiendo comida y su falta de madurez movía a compasión. Hace poco fue violado. Cuando hablan del Gordo aluden a una personalidad compleja, que lloraba para conmover cuando era sorprendido in fraganti, pero que podía cambiar la mirada en un segundo si los hechos le eran adversos.