La denuncia por triple violación en la comisaría 1ª es más que un gravísimo caso de violencia institucional e ilegalidad policial. Es también la historia de una adolescente de 16 años quebrada por el espanto, que se vio obligada a escapar de Rosario porque vivía con miedo de salir a la calle y que se estremece de terror cada vez que se cruza con un policía. Y es la historia de una familia desintegrada por un suceso que la partió en dos: su mamá y su hermana ahora se resignan a extrañarla mientras viven aterrorizadas por la idea de estar solas. "Tengo miedo de la reacción que pueda tener la policía", dice la madre de la chica a cinco meses del hecho y cuando nueve uniformados ya fueron procesados por la secuencia delictiva de aquella madrugada.
La investigación de la triple violación en la comisaría 1ª cobró un nuevo impulso esta semana cuando el fiscal de Cámaras José María Peña pidió que se procese como partícipe necesario del abuso sexual al sargento Carlos Puchot, procesado por un delito colateral al ataque. Mientras tanto son juzgados como autores de la triple violación los policías Juan Manuel Morales, Fabián Ibarra y Ariel Canelo. Los otros uniformados fueron procesados por incumplimiento de sus deberes.
El terrible hecho cambió de raíz la vida de la adolescente de 16 años, que al poco tiempo decidió irse de Rosario. Se fue a vivir a Buenos Aires, a la casa de una tía, donde la alienta la esperanza de empezar de nuevo. Para ella fue como escapar del horror: "No quería salir a la calle. Tenía vergüenza y miedo", dice su mamá, de 34 años, en su modesta casa de la zona sur.
El drama
La chica denunció que el 26 de julio pasado iba a bailar a un boliche con el novio de una amiga, cuando éste le dijo que iría a rescatar algo de dinero para la entrada. Ella decidió volver a su casa, pero el pibe la alcanzó cuando escapaba del robo y con la policía tras sus pasos. Un sargento lo detuvo a una cuadra de la comisaría 1ª y, antes de detenerlo, le robó el botín y el arma.
Los menores fueron trasladados a la seccional, donde al fracasar el intento de coimear a la madre del chico a cambio de su libertad, tres policías violaron a la jovencita y la amenazaron para que no hablara.
Ella volvió a su casa, se bañó, y decidió callar. "Yo la notaba rara. Se pasaba todo el día encerrada escuchando la radio. No quería salir y ni siquiera charlaba con sus amigas", contó su mamá.
La adolescente recién le reveló a su madre lo que había pasado un mes más tarde, cuando se cruzó en la calle con los violadores y éstos la insultaron. Fiestera, le gritaron. La chica llegó llorando a su casa y ante las preguntas de su madre le contó todo. La mujer no podía creer lo que escuchaba.
"Llorábamos las dos. Yo le decía, «pero hija, ¿es cierto lo que me estás contando?». Entonces ella se puso de rodillas y me dijo: «Mamita por favor no se lo digas a nadie. No quiero que nadie se entere»". Justo en ese momento llegó la tía de la chica, que al enterarse de la violación corrió a la comisaría del barrio, descalza como estaba, a denunciar el hecho. La chica iba con ella, con la cabeza gacha y los ojos hinchados de tanto llorar.
"Es que mi hija es muy vergonzosa y no sabe expresarse muy bien. Además nunca habíamos ido a la policía. A lo mejor la gente piensa que como somos pobres somos gente de malvivir. Pero no es así. Yo siempre trabajé para darles lo mejor a mis hijas. Y si alguna vez no teníamos nada en la heladera, nos sentábamos a tomar mate. Ahora ni siquiera tenemos ese consuelo", expresa quebrada por el llanto la mujer, una mujer humilde y menuda que se las rebusca con un plan de empleo, vendiendo ropa casa por casa o buscando oportunidades en el Club del Trueque.
Su hija mayor hizo la primaria en una escuela religiosa y dejó la secundaria para ayudar a su tía de Buenos Aires con la crianza de su segundo bebé. Regresó a Rosario cuando su mamá, alarmada por "las cosas que pasaban en Buenos Aires", le pidió que volviera. De nuevo en su casa, ayudaba con la limpieza. Recién empezaba a salir con sus amigas.
"Esa noche era la primera vez que usaba pollera. Es que se había comprado unas botas y toda la ropa que tenía era nueva. Pensar que ella jamás fue con pollera a ningún lado. Siempre andaba con pantalón de gimnasia. Yo no quería que usara ropa ajustada porque este barrio es peligroso. Pero al final, lo que no le pasó en este barrio le pasó en el centro. Hubiese dado la vida por estar ahí para ayudarla".
La mujer denunció el hecho en el Centro de Atención a la Víctima de la policía y decidió esperar una citación judicial, que recién llegó tras la divulgación periodística del caso. "Si no fuera por eso y por las abogadas (Ana Oberlin y Florencia Barrera), no sé qué hubiera pasado. Porque yo no entiendo nada de leyes", confiesa.
"Antes tenía vergüenza de salir a la calle. La gente te mira raro. Después me animé porque nosotros no tenemos nada que ocultar. Mi hija no tuvo la culpa de nada. Vergüenza tienen que tener los que lo hicieron", afirma. En el vecindario la historia es un secreto a voces pese a que ella manejó la situación con una discreción extrema porque tenía miedo de hablar del tema.
Con miedo
Ahora la mujer teme sufrir alguna represalia por parte de la policía: "Pienso que que no se van a quedar sin hacer nada". Pese a todo, no se arrepiente de haber presentado la denuncia y de la trascendencia que cobró. "No estoy arrepentida porque ellos tienen que pagar por lo que hicieron. Y porque eran policías", señala. Es que el hecho de que los autores de la violación denunciada fueran uniformados haciendo uso de su atribución de detener personas, le impide analizar los hechos desde la lógica: "Ni yo misma me explico cómo pudo pasar una cosa así, como no le tuvieron lástima a mi hija. Yo pensaba que los policías eran gente común y corriente, siempre les tuve respeto. Cuando mi hija iba a un baile yo le decía: «Si hay problemas, vos andá con la policía». A esto lo hubiera esperado de cualquier persona de la calle, de un desconocido, pero no de la policía".
Por eso el exilio casi forzado se convirtió en la única salida para la chica. Aunque ahora su mamá y su hermana de 14 años constaten que el terrible suceso de la 1ª partió su familia al medio. "Ayer hablé por teléfono con ella y me preguntó si los policías estaban presos. Yo le dije que sí. Que estaban presos para siempre. Yo sé que eso no es cierto. Pero le mentí para que pueda empezar a vivir tranquila".