"No se apure, presidente. No renuncie todavía". Pasadas las 18 del jueves 20 de diciembre de 2001, Ramón Puerta, por entonces titular provisional del Senado, dirigió a Fernando de la Rúa una frase que sonó a súplica. Poco después, cuando el misionero bajó del avión que lo depositó en San Luis, ya era el nuevo jefe del Estado. Lo que vendría luego ratificaría en los hechos que en la Argentina la ficción superó a la realidad: cuatro mandatarios en 11 días. La crisis institucional más profunda desde la recuperación de la democracia.
Puerta desembarcó en la Casa Rosada por encontrarse en el primer lugar en la línea de sucesión. Tan sólo 22 días antes de que De la Rúa inmortalizara su partida en helicóptero, el justicialismo había impuesto en la Cámara alta la mayoría lograda en las elecciones del 14 de octubre. Y el misionero, integrante del denominado Frente Federal, fue el único que obtuvo quórum en un PJ que comenzaba a realimentar su feroz interna.
Pero Puerta aclaró desde el principio que su objetivo no era apropiarse del poder que no le pertenecía. "Nunca ocupé un cargo por el que no me hayan elegido", esgrimió el senador. Por eso rechazó quedarse en el gobierno por 90 días (supuestamente iba a haber comicios) y convocó a una Asamblea Legislativa para nombrar al sucesor de De la Rúa. Fueron 72 horas en el Sillón de Rivadavia.
Sabor populista
El domingo 23, merced al acuerdo entre los gobernadores peronistas, Adolfo Rodríguez Saá fue ungido por la Asamblea Legislativa. Inmediatamente, el hombre de la sonrisa indeleble desplegó una batería de anuncios tales como la creación de una tercera moneda, la continuidad de la convertibilidad, un millón de puestos de trabajo y la poda del gasto.
Parecía el inicio de una era marcada por el populismo. Pero, si la designación del ex mandatario puntano causó sorpresa, ésta se potenció con el armado de un gabinete controversial. Y con impronta santafesina.
En lo que constituyó el regreso al centro de la escena política para muchos, entre los miembros del staff del Adolfo se anotaron el ex gobernador José María Vernet (ministro de Defensa e interino de Relaciones Exteriores), su par Víctor Félix Reviglio (secretario de Política y Regulación Sanitaria) y Liliana Gurdulich de Correa (secretaria de Tecnología, la Ciencia y la Innovación Productiva).
Aunque el asombro fue total con un nombramiento que terminaría provocando un vendaval: el de Carlos Grosso como jefe de Gabinete de Asesores. El retorno de un verdadero muerto vivo.
Mientras tanto, Rodríguez Saá hizo gala de una inédita vocación de consenso: recibió en la Rosada a las Madres de Plaza de Mayo y a los piqueteros, y se abrazó para la foto con los gordos de la CGT. Sin embargo, su anuncio con bombos y platillos de la suspensión del pago de la deuda externa ya había encendido una luz amarilla.
Encima, el puntano no ocultó su deseo de seguir un tiempo más con la banda presidencial. El pacto había sido tajante: dirigir los destinos del país por tres meses y convocar a elecciones el 3 de marzo de 2002. Entonces, los gobernadores del PJ le bajaron el pulgar y entró a correr el tiempo de descuento.
El viernes 28, Rodríguez Saá le pidió la renuncia al titular del Banco Nación, luego de la polémica desatada tras sus dichos en el sentido de que debían imprimirse 15.000 millones de Argentinos.
Sobre la medianoche, un cacerolazo en la Plaza de Mayo y el Congreso forzó la dimisión de Grosso, el mismo que dijo que no fue elegido por el "prontuario" sino por su "inteligencia". Poco antes, un estrecho colaborador del puntano le había asegurado a La Capital: "No sé si el martes estamos acá". Toda una premonición.
La movilización que acompañó el rechazo popular terminó en graves incidentes, ya en la madrugada del sábado, con grupos intentando ingresar en Balcarce 50 y algunos manifestantes que lograron penetrar en el Parlamento, destruyendo y quemando muebles.
Desesperado, Rodríguez Saá preparó una reunión cumbre en Chapadmalal (blanco de otro cacerolazo) a la que asistieron sólo seis de los catorce mandatarios provinciales. Fue el final de un fugaz interinato de una semana. Ya no se reía.
Sin apoyo político, con una economía errante y en la mira de los ciudadanos, el hoy precandidato presidencial levantó vuelo rumbo a San Luis. En un improvisado mensaje en cadena nacional, cuyas imágenes televisivas estuvieron cargadas de interferencias dignas de una transmisión desde la clandestinidad, renunció en forma indeclinable la noche del domingo 30. Antes del último adiós, cargó las tintas sobre los gobernadores peronistas.
Al día siguiente, la Justicia federal intimó al puntano a volver a la Rosada hasta que la Asamblea Legislativa le aceptara la dimisión. Y de nada valió la amenaza de acusarlo por abandono de funciones. Rodríguez Saá respondió un pedido de licencia por cuestiones de salud. Para colmo, Puerta rechazó regresar al poder, apelando a la misma excusa.
Automáticamente, la responsabilidad recayó sobre el duhaldista Eduardo Camaño, titular de la Cámara de Diputados, último eslabón antes de que la cadena de sucesión alcanzara al menemista Julio Nazareno, presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Camaño, quien pasó la noche de Año Nuevo en la Rosada, definió un equipo de colaboradores básico y se preocupó por garantizar la seguridad y convocar para el día siguiente a una nueva Asamblea Legislativa.
El 1º de enero de 2002, el por entonces senador Eduardo Duhalde se colocó la banda celeste y blanca, con el aval del alfonsinismo y el Frepaso. Como una broma cruel del destino, le tocó reemplazar y cerrar el ciclo que dejó inconcluso el mismo hombre que en 1999 lo derrotó en las urnas.