| | Editorial Educación, cuestión de Estado
| Pronto se cumplirán diez años de la polémica reforma educativa argentina que prometió el ingreso a una transformación del sistema, a la modernidad, al primer mundo y también a la inclusión de un masivo número de chicos en la enseñanza. A casi una década de la sanción de la ley Federal de Educación, que no se cumplió en su capítulo sobre el financiamiento y la prometida duplicación del presupuesto educativo, todavía puede verse que permanecen subsistemas de enseñanza como dificultades que tuvo su aplicación. Hay sectores interesados en analizar las consecuencias, esto es logros, errores y dificultades, a la luz del tiempo transcurrido. Otros, optan por diferir una discusión esclarecedora. La hora impone un debate profundo, de alcance nacional, tal vez con los candidatos presidenciales, sobre los logros y las dificultades de la aplicación de la transformación educativa. Inexorablemente, también habrá que incluir, a pesar de haberse agravado en estos últimos años, la situación económica que golpea a la educación, ya no sólo en la pobreza de las partidas presupuestarias que ya no aumentan, sino en el funcionamiento de las cátedras y la investigación universitarias y el nivel de vida de los estudiantes. La educación no despegará por sí sola, aunque algún funcionario iluminado sugiera traer mejores y exitosas recetas. Resultará fundamental mejorar antes la situación casi de colapso que afecta particularmente a las universidades, donde para hacer investigación los insumos deben pagarse casi en su totalidad en dólares; donde por los costos se redujeron notablemente los trabajos prácticos y hasta se llegó al extremo de que muchos alumnos e incluso docentes tengan serias dificultades hasta para pagar un boleto y llegar a la clase. Este abandono del Estado de sus deberes ha signado a la educación argentina de estos últimos años. Y la pregunta, no por repetida es menos punzante: ¿qué niños y jóvenes se pueden formar en un contexto de pobreza y exclusión social? Hoy puede concluirse que ante esta falta de despegue del conocimiento, de la alta deserción en todos los niveles y grave exclusión y abandono de miles de chicos y jóvenes ha sido una década poco edificante para la educación y también para la docencia. Un dato que tendrán que tener en cuenta quienes tengan la responsabilidad de ocuparse de las futuras políticas para no repetir errores de concepto y para que la educación sea, verdaderamente, una cuestión de Estado.
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