Como un Eternauta que viaja al revés, donde la nieve no teme... Como el pintor que se suspende en el tiempo porque Goya quedó detrás del mar. Como el niño que lleva sólo un lápiz y sacapuntas para ganarse la vida. Como quebrar en dos el cuerpo y la mina de grafito y después, juntar la figura trastocada en los cuadros y sacarle punta a la mitad del lápiz...
Así, Walter Canevaro conoció las redacciones y su gente. Ellas le dieron abrigo en Madrid y él les dio el dibujo de cada día y la fascinación del cierre semanal. Es decir, se puso a contar la historia de un país distinto, hizo sonreír a más de uno y llenó de imágenes sutiles los textos de escritores y editorialistas. ¡Qué paradoja! Trabajar en "El País" (que no era el suyo) y en "Tiempo" (la revista) que lleva el nombre de su exilio. Debemos decir también el nombre de sus aprendizajes, sus amores, dolores y sueños. Los caminos por Madrid eran dibujos, y el cuerpo de Ana, un continente entero. Pero como la infancia no nos abandona y es la patria que crece y nos trasciende, volvió a pintar porque la vuelta es cosa de argentinos, un destino...
Tuvo talleres en casas transformadas en mujer, cuadro, comida cotidiana, amigos y regresos, hijos y noches y como no es su especialidad la melancolía, al estilo del que se "ensucia las manos" con la mecánica de las cosas, se alquiló un garaje en pleno centro. Y allí en las siestas entre el trabajo y la esperanza, volvió a pintar mujeres del "Rancho de la Cambicha" o "La niña negra" que espera por la hamaca, y los hombres sumando sombras, culpas y agonías. Está el poder y la inocencia. Está el ejercicio de muchos años de pintura; capas y capas donde el color le escapa a lo cotidiano, da luz en la noche y soporte a lo esperpéntico.
Sus personajes miran al Eternauta que fue con ojos más grandes que sus miradas. Hay un movimiento quieto, que quiere que toquemos, hay furia en la elegancia y desconfianza a toda forma de instantaneidad en la pintura y los dibujos.
Por eso, nada surge como un en sí, con un trazo contundente entre el afuera y el adentro. El es un hombre de la goma de borrar, que conoce los trazos inútiles de cada día. Con ellos formará las siluetas del paisaje expresionista. También en las líneas, en el arrepentimiento del pintor, están los movimientos y actos vitales que tuvieron o pudieron tener los personajes, y los cuerpos de los que formaron parte: en el amor, el maltrato... en la distancia que no los toca y nos toca.
Su propio pentimento
Por eso Canevaro es hoy su propio pentimento. Vale la pena insistir en la levedad y la elegancia, en la luz y la superposición como técnica de labor, en la transparencia que muestra el error, esa otra posibilidad de ser. Los papeles, mínimos barriletes de niño, implican superficie sin peso textural y enorme peso de significado. Son trocitos que rematan, diferencias, buscan el sentido de los siniestro, lo amputado... La parte que perdimos es papel para volver al cuerpo o al espacio.
Desde Goya a Madrid, desde un garaje español hasta Rosario (o Buenos Aires) hay un aquí, siempre un aquí donde poner los ojos. Un aquí en el mundo, hecho de todo lo que no fuimos y pudimos ser, de vínculos plasmados en masas acrílicas y de la desproporción que tiene la espera y el sufrimiento. La felicidad debe ser también un dibujo erróneo, leve, donde es inútil tapar el corazón con el vestido.
Walter Canevaro expone en la sede de la UNR, Maipú 1065.