Eran casi las 10 de la mañana de ayer cuando un alto jefe policial atendió su celular desde algún lugar de la provincia. "¿Ya sabe que se escapó Belinatto?", escuchó que le preguntaban al otro lado de la línea. Pasaron unos segundos hasta que el funcionario se repuso de la sorpresa y se comprometió a constatar el dato cuando antes.
Para entonces hacía más de 12 horas que Claudio Belinatto ya no estaba en su celda de la alcaidía mayor, en la ex jefatura de la Unidad Regional II de policía. Nadie lo sabía, excepto dos o tres mandos medios de la policía que no podían creer lo que estaba sucediendo y el periodista de La Capital que formuló aquella pregunta al encumbrado oficial, y que tenía el dato desde varias horas antes.
Claudio Belinatto estaba preso desde mediados de marzo, acusado de unas estafas que desde hace años le quitan el sueño a un puñado de gente. Antes de que lo atraparan mientras tomaba un café en un bar de Rosario, había conseguido un récord difícil de igualar: durante cuatro años eludió sistemáticamente a la policía, que coleccionaba varias órdenes judiciales para capturarlo.
Ayer, veinte minutos después de aquel llamado telefónico, llegó la respuesta, que en realidad fue otra pregunta: "¿Cómo lo sabías?", quiso saber el jefe que había atendido el celular. Fue la confirmación esperada: el Gordo Belinatto ya no estaba en su celda del viejo edificio ubicado frente a la plaza San Martín y su ausencia era absolutamente desconocida casi para todos, incluso para las más altas autoridades policiales y judiciales.
Cómo escapó es por ahora un misterio. Oficialmente se dijo que huyó cuando lo llevaban a un hospital, pero el reo no estaba enfermo y este solo dato ya dispara algunos interrogantes.
Belinatto no era cualquier preso. Lo acusan de haberse quedado con varios miles de pesos de personas que se lo entregaron como anticipo por la compra de un auto. Tampoco ofrecía cualquier auto: eran un modelo de Alfa Romeo que prometía entregar a cambio de una generosa rebaja en el precio oficial de la marca italiana.
Clientes de peso
Hay otro dato: las víctimas también brillaban con luz propia. Entre ellas había empresarios, un ex diputado provincial y profesionales de renombre. Todos dijeron haber sido engañados por Belinatto, un modesto empleado de una de las concesionarias de autos más importantes de la ciudad que los había puesto frente a una verdadera ganga.
Sólo dos de los clientes recibieron el auto después de pagar el anticipo de 12.000 pesos que les pidió Belinatto. Los otros entregaron el dinero pero todavía están esperando. Fue el dueño de la concesionaria Riviera, Jorge Pesado Castro, quien denunció la presunta estafa. Esto ocurrió en mayo de 1998, cuando ya hacía tres meses que el supuesto estafador ya ni aparecía por la empresa de Corrientes al 200.
En marzo, cuando las Tropas de Operaciones Especiales (TOE) de la policía lo siguió hasta el bar donde lo arrestaron, Belinatto ni abrió la boca. Después el juez histórico de la causa, Osvaldo Barbero, lo procesó como autor de 16 estafas y se negó a excarcelarlo. Su abogado, Paul Krupnik, insistió varias veces con el pedido pero la respuesta siempre fue la misma: el hombre debía seguir preso.
Dos meses después de su arresto finalmente rompió el silencio. Dijo que no estafó a nadie y que fue el propio concesionario el que decidió vender los autos a menor precio. "Había mucho stock y estaban envejeciendo", aseguró. Según su versión, fue su empleador quien después le pidió que dejara de hacerlo porque la casa Alfa Romeo estaba haciendo unas auditorías y querían evitar problemas si descubrían que vendían autos a precios rebajados.
El juez le hizo entonces una pregunta cargada de sentido común. "¿Por qué no declaró esto antes y se escondió durante cuatro años?", disparó el magistrado en algún momento de las casi tres horas que duró la declaración. "Porque me amenazaron y balearon el frente de mi casa", fue su respuesta.
Nadie sabe dónde se escondió Belinatto desde 1998 hasta 2002. En Carcarañá viven su esposa y su hija, pero durante todos aquellos años allí nadie lo vio. Es lo mismo que sucede ahora: desde el viernes no se sabe dónde está y lo único seguro es que ya no se encuentra en su celda de la alcaidía mayor.