Era marzo de 2000, y la lectura de los resultados de un reciente estudio de opinión pública realizado en Rosario podía provocar escalofríos a un cadáver. En apenas noventa días de gobierno, la imagen valorativa de gestión de la todavía flamante Alianza en el poder había perdido prácticamente treinta puntos porcentuales, luego de haber rozado la gloria con más del 60 % cuando asumió en diciembre del 99.
Hacia julio de aquel 2000, la imagen positiva de su gestión seguía siendo limada, sin pausa, y para diciembre (primer aniversario en el poder) la acción del gobierno de Fernando De la Rúa era considerada como positiva por sólo por casi uno de cada diez rosarinos, ubicándose por debajo de los dos dígitos porcentuales (en junio de 2001, a seis meses del final, se redujo al 5%).
En otras palabras, la imagen positiva de la gestión delarruista, a un año de haber asumido, alcanzaba en Rosario prácticamente los mismos valores registrados por Carlos Menem en su peor momento (alrededor del 8%). La única certeza por entonces era que el sentido que la mayoría de la población había votado apenas un año atrás dejaba de serlo en forma dramática en diciembre de 2000. A esa altura, casi siete de cada diez de los rosarinos que habían votado por la Alianza se sentían defraudados electoralmente, y poco más de la mitad de la población creía que la coalición no continuaría.
Toda iniciativa que se ensayó de allí en adelante fue patéticamente ajena a aquel espíritu sellado en la confitería El Molino.
Se sabe: si algo había quedado instalado en la percepción de la mayoría de la opinión pública con el triunfo de la Alianza era que Menem no sólo dejaba Balcarce 50 sino que en el país alumbraba algo nuevo "Había una pared, y del otro lado estaba el Paraíso", soñaban muchos, remedando al personaje interpretado por Gian María Volonté en el mítico film de Elio Petri.
Sin embargo, la sensación imperante cuando restaban más de tres años por delante con De la Rúa era que ya no sólo era diferente, sino que incluso era igual de peor que la que se había intentado superar.
En ese aciago período de gestión, el gobierno fue incapaz de conjurar una recesión económica que lejos de cesar, desembocaría en la peor depresión económica, hechos flagrantes de corrupción, un entorno inoperante, exacerbado internismo, gabinetes de extrema volatilidad, y, como si fuera poco, con un vicepresidente renunciado.
Después del derrumbe
En marzo del 2002 (otro dato que no puede pasar desapercibido), poco más del 73% de los rosarinos consultados estaban de acuerdo con que De la Rúa haya renunciado.
La debacle de De la Rúa no sólo provocó una de las más rápidas y lacerantes decepciones desde la recuperación misma de la democracia en 1983, sino que empujó a la UCR a una zona oscura y futuro incierto, dejando al partido de Alem e Yrigoyen con una intención de voto por debajo del 2%.
Asimismo, De la Rúa fue el principal causal de divorcio de una experiencia política de coalición que pacientemente se había pergeñado como opción a todo lo que representó el menemismo a lo largo de diez años. Como consecuencia de ello, de ahora en más le resultará difícil a la población (por más que sean otros los actores políticos) poder apostar a una nueva esperanza aliancista, que represente un screenplay similar al que escribió la Alianza. Y de las oportunidades perdidas en política, como del ridículo, difícilmente se vuelve.
El fracaso de De la Rúa, además, habilitó al PJ para que éste quedara solo en el campo de juego, casi sin contrincantes, como una suerte de PRI vernáculo, convertido hoy en una confederación de caciquismos territoriales, donde el tenebroso aparato del PJ bonaerense es sólo una muestra.
Por otra parte, por oposición electoral puede contabilizarse en la actualidad un campo demasiado atomizado que lo integran, entre otros, un progresismo de propuestas vacuas, una izquierda que sigue balbuceando un repetido consignismo, y una derecha liberal que no encuentra anclaje popular.
A un año de la caída de De la Rúa, la pared de aquella recordada película italiana sigue allí, en pie, impertérrita.
(*) Consultor en opinión pública \