| | Editorial Devaluación y competitividad
| No constituye una novedad que la economía argentina atraviesa ciclos alternados de depresión y euforia, y que la coherencia no es una pauta que se haya mantenido a lo largo de los años. El reciente estallido de la convertibilidad, modelo que con sus bondades y lacras signó una década, significa el cierre -traumático, por cierto- de un ciclo y la apertura de otro, sobre las ruinas de un país. No pueden caber dudas de que el uno a uno entre el peso y el dólar, esa mágica receta implementada por el polémico Domingo Cavallo, fue una herramienta idónea para suprimir la inflación que había devastado a la República, como tampoco puede vacilarse a la hora del diagnóstico que merece la aplicación durante un lapso prolongado de lo que debió ser sólo una medida transitoria y adoptada con el carácter de emergencia. La ilusión que durante los años noventa vivió gran parte de los argentinos tuvo alto costo, y ese costo -lamentablemente- fue y continúa siendo pagado por los sectores más desprotegidos de la sociedad. Pero el brusco cambio de las reglas de juego parece estar dando, después de mucho sufrimiento, los primeros frutos. Leves síntomas de reactivación son la señal que el gobierno se esfuerza en evaluar como los signos de un mejor porvenir. Pese a ello convendría, más allá de los fundamentos reales que dan base al optimismo, recordar una norma que resulta básica dentro de la actual coyuntura. El concepto a refrescar es que la devaluación no mejorará por sí sola el difícil panorama: la premisa básica es recuperar competitividad. Y si bien devaluar resulta en ocasiones una corrección imprescindible, el riesgo es continuar devaluando hasta el infinito. La artificialidad de ese procedimiento para insuflar vida en una economía puede ser comparada -por sus riesgos- con la rigidez insostenible de la convertibilidad, que terminó por convertirse en un corset asfixiante. Michael Porter, reconocido especialista de Harvard, expuso con crudeza poco tiempo atrás la real raíz de los problemas: "En América latina las economías son muy frágiles, y las empresas son ineficientes y producen bienes de baja calidad", disparó el catedrático. La frialdad del dictamen -emitido desde el próspero y lejano norte- no puede disimular la cuota de verdad que posee. Es que "hacer" (producir) constituye en este momento la regla clave. Y "hacer bien" -o sea, de acuerdo con parámetros de calidad internacionales- es la segunda parte del cuento: sin respetar estas pautas, difícilmente se remonte la empinada cuesta.
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|