| | Editorial Los dilemas de la prosperidad
| La calidad de vida en el Primer Mundo ha alcanzado en las últimas dos décadas niveles sorprendentemente elevados. Numerosas naciones de Europa -continente que fue escenario principal de la devastadora Segunda Guerra- y los poderosos Estados Unidos de América disfrutan en la actualidad de seguridades, comodidades y posibilidades que no mucho tiempo atrás formaban parte, apenas, de la imaginación colectiva. Sin embargo, ese dorado presente no carece de lunares. La prosperidad de la que gozan termina convirtiendo a esos Estados en un imán para la inmigración proveniente del cada vez más pauperizado Tercer Mundo. Y los datos estadísticos reafirman lo que constituye una verdad a gritos: el último censo realizado en la potencia del norte precisó que la mitad de los nuevos trabajadores son extranjeros y que entre 1990 y 2001 ingresaron trece millones de inmigrantes. Un especialista norteamericano, director del centro de estudios de una prestigiosa universidad, fue categórico cuando se refirió al fenómeno. "La economía estadounidense necesita absolutamente de los inmigrantes", dijo, y agregó una apreciación que expresa con nitidez la otra cara de la moneda: "Muchos trabajadores se sienten dolidos por esta realidad y otros se enojan cuando lo digo, pero nuestra economía se hizo ahora más dependiente de la fuerza de trabajo inmigrante que en ningún otro momento en los últimos cien años". Las palabras de Andrew Sum reflejan con precisión los problemas que crea la abundancia. Las economías hiperdesarrolladas dejan de producir mano de obra para múltiples tareas de necesidad básica, y esa mano de obra llega de las naciones más pobres. A esa realidad se suma el incomprensible crecimiento de la miseria como consecuencia de innegables inequidades en la distribución de los recursos. Como ilustración, basta recordar que en Nueva York la cantidad de personas que duermen en las calles creció de veintiún mil a treinta y siete mil personas en el último año. Un orden mundial injusto, que aumenta la miseria donde ya la hay y multiplica hasta el infinito los beneficios de los opulentos, es la causa de los profundos desequilibrios que afectan a la relación norte-sur. Mientras esa tendencia no se revierta será difícil impedir que los habitantes de naciones empobrecidas y carentes de horizonte elijan el exilio como salida.
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