| | Reflexiones Las cosas por su nombre
| Marcela Isaías / La Capital
Durante mucho tiempo, con la excusa de "disfrutar la lectura de un cuento", la escuela invitaba a los chicos a "leer por placer". En realidad, el único objetivo de esas horas de lengua era enseÑar cómo se separa en párrafos un texto o cómo se estructura el género literario. Demás está decir que los chicos no tardaban en advertir que en realidad se mostraba una cosa por otra. Mientras tanto, los maestros hacían "como si" enseñaban a disfrutar de los cuentos y los alumnos "como si" leían por placer. Mal o bien intencionados, ejemplos donde se intenta mostrar una cosa por otra y del "como si" hay a montones. Se pueden recordar así las estadísticas engrosadas con los cursos de capacitación dictados durante el auge de la reforma educativa, donde en muchos casos se hacía "como si" se transformaba el rol docente y en realidad por lo bajo se señalaba que era más de lo mismo, pero con distinto nombre. De la misma forma que podría concluirse que leer por placer no es lo mismo que separar en párrafos, ni que capacitarse es igual a recibir un certificado, tampoco que es igual enseñar que dar de comer. Luego de una prueba piloto realizada por iniciativa del ministro de Educación santafesino, Daniel Germano, que alcanzó niveles récords en las investigaciones educativas -abarcó cuatro sábados en 10 escuelas- se concluyó oficialmente que todos los establecimientos educativos regionales podrán abrir ese día y aún en verano para dar de comer a sus alumnos (y pasar así de 5.600 raciones a unas 56 mil). A decir verdad, hasta el momento es difícil explicar qué se quería evaluar con dicha prueba, porque si se trataba de saber si los chicos tienen hambre bastaba con preguntarles a ellos, a sus familias o directamente a los docentes que conviven todos los días con la pobreza Pero una vez más a las cosas hay que llamarlas por su nombre: comer no es lo mismo que aprender y servir comida no es lo mismo que enseñar. Nadie tiene dudas de que al hambre hay que pararlo con comida y en esto no hay que ahorrar esfuerzos. Pero no se puede disfrazar con el término educativo lo que no lo es: los chicos al comedor escolar van a comer, las escuelas abren los sábados porque ante la realidad social no tienen alternativas y los docentes ven aquí una posibilidad de incrementar sus magros salarios con una actividad extra. Muy a pesar de que el ministro Germano afirme que no quiere hacer de la escuela un restaurante y para ello propone los comedores "con contenido educativo", ni sus propias palabras logran convencer que esto poco tiene que ver con la función de educar: "Me interesaría que por lo menos haya actividades recreativas", dijo a este medio (La Capital 30/11/02) al ser consultado en qué deberían consistir las actividades extracurriculares que por proyectos deben presentar las escuelas ante el Ministerio de Educación, para acompañar la apertura del comedor los sábados. ¿Cómo se le exige luego calidad educativa a una institución cuya función está siendo permanentemente desdibujada desde la misma esfera que la dirige? ¿Cómo se les pide profesionalismo a los docentes, cuando se los invita a entretener a los chicos un rato antes de la comida? ¿Cómo se recupera un sujeto en condiciones de educabilidad si la familia no puede garantizarle un grado mínimo de socialización y la escuela le abre sus puertas para darle de comer? No se explica que por un lado el mismo ministro diga que lo que se quiere es "elevar la calidad educativa" y por otro haya un empecinamiento en hacerse cargo de una tarea que le resta tiempo para preocuparse por su función específica, y la que bien podría desarrollar otro organismo del Estado encargado de la asistencia social. Volvamos a llamar las cosas por su nombre: las maestras enseñan, la escuela educa, los organismos asistenciales asisten y el Ministerio de Educación planifica educación y no cuánto, cuándo y cómo comen los alumnos.
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