Carolina Taffoni / La Capital
Después de tres años sin pisar suelo argentino, Luis Miguel demostró que poco ha cambiado en su universo de divo latino. Pero eso, para él, no es poca cosa. En los alrededores del estadio de Vélez estaba "el país de las mujeres", además de los vendedores de fotos, pósters, pañuelos, remeras y vinchas, y las chicas del fans club oficial Tengo Todo Excepto a Ti. En este paisaje hacía un calor de 30 grados y recién se había superado el apagón de luz. Luis Miguel vino a presentar otra (¡otra!) recopilación de boleros. Es un verdadero fenómeno cómo sigue explotando la misma fórmula manida del bolero y los éxitos moviditos de tantos años atrás, y así y todo se da el lujo de agotar entradas (de entre 30 y 160 pesos) para llenar dos Vélez en medio de la crisis posdevaluación. Luis Miguel debe ser, entonces, "el más grande", como dice la propaganda. Impecable y por siempre bronceado, vestido de traje negro y camisa blanca, arrancó con "Amor, amor, amor", el hit de su último disco de estudio. Después atacó con tres bolerones clásicos, "Tu me acostumbraste", "Perfidia" y "Toda una vida". Al principio apenas se menea, pero hace chillar a las chicas con el más mínimo movimiento, sin ningún esfuerzo. Un golpecito de pelvis por allá, un brazo que señala por otro lado. Luis Miguel tiene 32 años, pero podría pasar tranquilamente como un solterón de 50. Los boleros lo envejecieron rápido, y para colmo le fabricaron esa imagen seria y adusta. Sin embargo, no todo está perdido. Luismi es un sex symbol por naturaleza, y eso no se puede inventar. Lo fue desde que tenía 12 años y el flequillo le tapaba los ojos. Cada vez se ríe menos, pero cuando se ríe...bueno, Luis Miguel sabe reírse con toda la cara. Además, alguien desparramó que sabía cantar, y por momentos nos convence. A pesar de los gritos de las fans, su voz en Vélez sonó segura y cristalina. Mientras las chicas aplauden, gritan y agitan globos celestes y blancos, en el sector de prensa empiezan a circular las bromas. "¿Viniste a algún show de Luis Miguel? Es como escuchar un disco, pero con los gritos", comentaba un periodista. Tal cual. En el recital todo es prolijito, cronometrado, muy Las Vegas. El ritmo del show se equilibra con segmentos repartidos de temas lentos y otros bailables. La técnica del "medley" (popurrí) funciona a la perfección. Está el medley de "Suave", donde Luis Miguel se suelta y bailotea un poco, y después, para compensar, viene una larga escena más tranqui, con el cielo y el infierno por el mismo precio. Por un lado brilló un enganchado de temas de Armando Manzanero, como "Por debajo de la mesa" y "No sé tú", y por otro hubo que soportar estoicamente un popurrí de tangos ("Volver", "Uno" y "El día que me quieras") cursi y almibarado hasta el hartazgo. En "La última noche" Luis Miguel dio signos de vida y se desabrochó el saco. Cada cambio de vestuario significaba un griterío infernal. Y ni hablar que las fans se sabían las letras de todas las canciones, y cualquier repertorio les venía bien. Si eran los boleros "Historia de un amor" o "Somos novios", suspiraban; si era la balada "Hasta que me olvides", la coreaban a los gritos, si era "La media vuelta", se creían todas mexicanas. Para el popurrí bailable Luis Miguel se empezó a mover, más o menos, como en los años 80, cuando era un adolescente. La onda nostalgiosa siguió hasta el final, con una seguidilla de extractos de "La chica del bikini azul", "Isabel" y "Cuando calienta el sol". Esos son los temas más viejos que hace Luis Miguel, porque de la etapa anterior no hay ni noticias. Entre una lluvia de papelitos brillantes Luismi se acercó a las pasarelas, tocó algunas manos, se puso la camiseta de la Selección, saludó y se fue. Las chicas pidieron bises, pero el divo había desaparecido. Una pregunta quedó flotando: ¿Luis Miguel ya es un clásico o está exprimiendo hasta la última gota una fórmula con fecha de vencimiento? El interrogante es lo único que todavía puede sostener su carrera como algo interesante.
| |