| | El cerebro de una terrorista Científicos estudiaron hace 26 años restos de Ulrike Meinhof, cofundadora del Ejército de Fracción Roja alemán
| Veintiséis años después del entierro de la cofundadora del Ejército Fracción Roja (RAF), Ulrike Meinhof, una de sus hijas reveló que el cerebro de su madre no había sido enterrado con sus restos, y que lo mantuvieron en formol para analizar en el Instituto de Psiquiatría, Psicoterapia y Medicina Somática de Magdeburgo. Bettina Roehl, una de las hijas gemelas de Ulrike Meinhof (1934-1976), confirmó que el cerebro de su madre no estaba en su tumba en Berlín-Mariendorf. Luego de esta confesión, el profesor Bernhard Bogerts admitió que desde 1997 poseía el órgano para examinarlo, a petición de Juergen Peiffer, un neurólogo de Tuebingen, quien a su vez lo tenía desde que lo examinó en 1976, por orden de la Fiscalía de Stuttgart. En esos días Meinhof acababa de ser encontrada ahorcada en su celda de la prisión de Stammheim. Bogerts ya había estudiado durante mucho tiempo el órgano de un demente culpable de haber asesinado a toda su familia en 1913. Y con respecto a Meinhof, Bogerts subrayó que el cerebro tenía "modificaciones cerebrales patológicas" que podrían explicar su destino. Pero reconoció que elementos biográficos más complejos influyeron sin lugar a dudas en su evolución hacia el terrorismo. Lo mismo opinó Peiffer en 1976. Su informe mencionaba daños cerebrales "cuya amplitud y localización habrían podido justificar una puesta en duda de la responsabilidad" de la acusada ante la Justicia. Todo comenzó, según los investigadores, con una operación malograda de un tumor cerebral a la que se sometió Meinhof en 1962. En aquel entonces era una editorialista famosa de la revista de izquierdas Konkret, casada con su fundador. En 1968 rompió con su trabajo y su familia y dos años más tarde pasó a la clandestinidad con Andreas Baader y Gudrun Ensslin. El profesor Peiffer durante sus investigaciones se entrevistó con la mujer que había educado a Ulrike Meinhof, Renate Riemeck, quien le dijo que había constatado a partir de 1962 "una especie de autoalienación digna de una novela de Dostoievski". (Télam)
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