| | Editorial Privilegiar la educación
| En la Argentina de la crisis una peligrosa pauta de superficialidad atraviesa todos los discursos. La coyuntura -con su pátina de problemas de difícil solución- se ha erigido en el eje dominante, prácticamente único, de los análisis, y de esa manera se olvida que muchos de los dramas que aquejan al país provienen de antigua data y se relacionan con decisiones de fondo. Así, la lente constantemente fija en la economía y sobre las interminables -y tantas veces insustanciales- pujas de la política contribuye a desmerecer la importancia que para el desarrollo de una sociedad posee la educación. La reciente y dramática denuncia del rector de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Ricardo Suárez, de que sin un treinta por ciento de aumento en el presupuesto la institución "se paralizaría" volvió a dar la voz de alerta sobre las prioridades que le corresponde asumir al Estado. El rector fue contundente en las declaraciones que hizo a La Capital, publicadas en la edición del pasado lunes: "Tenemos para pagar la electricidad, pero no para lamparitas. En cualquier momento quedamos a ciegas", disparó, sin dar lugar a confusiones interpretativas. Suárez mencionó además que "por primera vez" los rectores han confeccionado un presupuesto alternativo, cuya vehiculización consideran "indispensable" para la continuidad del ciclo superior. La triste noción de que la educación significa un gasto, y no una inversión, se ha instalado desde hace demasiado tiempo en la Argentina. La consecuencia de ello es la política del eterno ajuste y la lógica pauperización del sistema. Destacadas individualidades, cuyo talento brilla en múltiples terrenos, que han dejado de integrar la plantilla universitaria; carencia de elementos básicos, como la crudamente expuesta por el rector de la UNR; politizaciones tan demagógicas como innecesarias, que alejan a los claustros de su objetivo fundamental -enseñar y aprender- en un equivocado remedo de la olvidada Reforma de 1918; caída a pique del nivel académico. Así podría resumirse un preocupante panorama de la educación superior. Para salir de la crisis no sólo será necesario revitalizar la producción nacional y purificar la política, sino formar ciudadanos (y consecuentemente, dirigentes) capacitados para enfrentar los desafíos de la globalización y renovar la alicaída democracia. La educación tiene, en esta dura misión, un rol clave. Y aunque no rinda réditos inmediatos, urge privilegiarla. Esa fue la base sobre la que se edificó, en tiempos pasados, la prosperidad argentina.
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