Año CXXXV
 Nº 49.653
Rosario,
martes  05 de
noviembre de 2002
Min 14º
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cartas
De secuestros y otras yerbas

Siempre que suceden hechos sociales conmocionantes, aparecen en la TV Argentina, quizás como en tantas otras del mundo, opinadores profesionales y amateurs de todo tipo y pelaje. De modo que nuestra TV dedica sin miramientos las horas (¿segundos?) necesarias para "cubrir" el hecho y/o noticia en sí, y simultánea y posteriormente las horas interminables (¿necesarias?) para los opinadores más encumbrados. El secuestro de don Echarri no fue la excepción. Por el contrario, además de lo habitual ya descrito, se filtró la pelea entre los canales de TV de Capital Federal, hecho del cual, además, se hicieron cargo los periodistas empleados en esos canales: los Hadad boy's, contra los otros boy"s que andan por ahí. Incluso algunos contra compañeros del mismo bando (Lanata versus Pizarro, por ejemplo). Con el caso Grassi pasa lo mismo. Pero las preguntas son: ¿debe eso ocurrir o no? ¿Debe la tele meterse a debatir, a opinar y a informar cualquier cosa en un secuestro, incluso durante el secuestro mismo? ¿Hace peligrar la vida del secuestrado esa intromisión? ¿Debería existir un "límite", con todas las implicancias que significa en Argentina la palabra "límite", para la actividad de un canal de TV o de cualquier medio de prensa? Claro que no podría existir una sola respuesta a más de una pregunta. Pero si los argentinos todavía no sabemos cómo queremos vivir, bajo qué sistema queremos transcurrir nuestras vidas; si oscilamos entre Carlos Menem, Rodríguez Saá, Elisa Carrió o Luis Zamora; si envidiamos al Brasil del Lula izquierdista, pero quisiéramos poder volver al 1 a 1 para regresar airosos al Miami del "deme dos"; si no logramos después de varios muertos el 20 de diciembre pasado realizar algún cambio sustancial (los mismos políticos, la misma corte, el mismo congreso, etc.): ¿por qué pretendemos que la TV sea distinta? Tal vez sea porque también pretendemos que los políticos sean distintos a nosotros sin advertir que somos, en definitiva, nosotros mismos.
Lalo Puccio


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