| | Reflexiones Para poder heredar el alba
| Jack Benoliel
"Todo hombre tiene derecho a imaginar su futuro; pero también tiene derecho a imaginar su pasado. Porque nunca habrá futuro vivo, con pasado muerto". Este pensamiento pertenece al escritor mexicano Carlos Fuentes. Y bien puede aplicarse a todos los pueblos de la Tierra. El nuestro tuvo en el pasado luces que nunca debieron apagarse. Algunas de ellas iluminaron a todo un continente, por ser la proyección continental del gran desafío argentino contra la opresión, contra el cercenamiento de las libertades y contra el avasallamiento de los derechos del hombre. Conmueve contemplar que en nuestro propio país esas luces aminoran su resplandor, oscureciendo el horizonte y sumiéndonos en la incertidumbre de un transitar a la deriva. Rescatemos de ese pasado la figura preclara de un estadista genial: Juan Bautista Alberdi. De sus Obras Selectas, cuyos dieciocho tomos constituyen un excelso tesoro del ideario republicano, he extraído reflexiones que invito a leer y a reflexionar sobre su vigencia. Dice el autor de las Bases. "La mejor política, la más fácil, la más eficaz para conservar la Constitución, es la política de la honradez y de la buena fe; la política clara y simple de los hombres de bien y no la política doble y hábil de los truhanes de categoría". Al referirse al gobierno nacional, afirma que su política será llamada a dar ejemplo de cordura y moderación a las administraciones provinciales, que han de marchar, naturalmente, sobre sus trazas. Las consideraciones que dedica a aquellos que ocupando cargos públicos anhelan perdurar en sus funciones como si hubieran adquirido el derecho de propiedad sobre sus cargos, tuvieron, tienen y tendrán una vigencia aleccionadora. Estas son sus palabras: "La perpetuidad en el gobierno de sus jefes reelegibles cambia a la República en una especie de monarquía, pues hace desaparecer el requisito en que estriba toda naturaleza del sistema republicano de gobierno, que es la amovilidad -renovación- continua y frecuente de sus depositarios. Esa amovilidad es, en la forma republicana, la garantía esencial de gobierno libre". En la Constitución del año 1853 el artículo 77 -de su autoría- decía: "El presidente y el vicepresidente duran en sus empleos el término de seis años; y no podrán ser reelegidos sino con un intervalo de un período". Pero tiempo después, testigo de los inconvenientes que esta disposición producía, a saber, gastos, deudas, crisis, empobrecimiento, revoluciones, manifestó su arrepentimiento por la redacción, expresando que de tener que redactarlo nuevamente, prohibiría en forma definitiva la reelección, ya que mientras no desaparezca, "los ex presidentes y vicepresidentes serán los perturbadores del orden público, por su conato inevitable de perpetuarse en el gobierno, ya que no en seis, ni en doce, ni en veinte años son capaces de olvidar el gusto que les dejó el goce del gobierno en su primer período, por el deseo natural e invencible de renovarlo una o más veces en el curso de su existencia". Y cuando Alberdi se pregunta a sí mismo, ¿cuál es el efecto natural de esa degeneración de la forma republicana de gobierno, en esa forma tácita y virtualmente anárquica caracterizada por la perpetuación de las mismas personas en los mismos puestos supremos?, se responde afirmando que "la república degenerada en monarquía, tiene más afinidad con la monarquía que con la república en su vida libre". Respalda todas sus afirmaciones y reflexiones en la Constitución nacional, a la que llama la carta de navegación de la Confederación Argentina, ya que en todas las borrascas, en todos los malos tiempos, en todos los trances difíciles, la Constitución tendría siempre un camino seguro para llegar a puerto de salvación, con sólo volver los ojos a ella y seguir el camino que traza para formar el gobierno y reglar su conducta. Además, cuando se refiere a la reforma de la Constitución, hace algunas consideraciones que nuestros políticos deberían leer y asimilar, cuando son tan propensos a proponer su reforma, a veces, para allanar caminos que llevan a fines no siempre confesables. Y transcribo sus palabras: "Ellas son lo que las amputaciones para el cuerpo humano: necesarias a veces, pero siempre terribles". Sugiere pues, evitarlas por todos los medios posibles. Las horas aciagas que vive el país, ¿no serán las consecuencias de haber desoído los pensamientos de Alberdi? ¿No será que las enseñanzas del gran estadista, más que olvidadas, han sido ignoradas? Por algo solía advertir: "Los estadistas piensan en la nueva generación; los políticos, en la próxima elección". La ciudadanía toda aspira a una nueva actitud política. Que se ponga ciencia y decencia, donde supieron merodear la magia y la audacia. La democracia es la sagrada inviolabilidad de la persona humana. ¿Ignora alguien que hemos sufrido en nuestro tiempo la degradación de esa democracia? ¿No hemos sufrido un despojo inconcebible en un país republicano y democrático? ¿No se ha lesionado nuestro derecho de propiedad? ¿No representa todo lo sufrido un avasallamiento a la libertad garantizada por las leyes fundamentales de la Nación? Aquello de "la inteligencia al poder", ha sido reemplazado por "la ineficiencia al poder". Ante este panorama que nos lacera el alma, ¿nos perdonarán nuestros hijos el dejarles un país distinto al que nos legaron nuestros padres? Los pañuelos agitados en Ezeiza, empapados de lágrimas, ya son un castigo demasiado penoso. Cuando la política que añoramos logre de nuestros políticos el abandono de las ambiciones personales, y se inspiren en la honra de servir a las razones nacionales, el país comenzará a revivir aquellas luces que nunca debieron apagarse. Auguremos vivir el día en que esos pañuelos vuelvan a ser agitados en Ezeiza, pero celebrando el regreso de los jóvenes que al partir, se llevaron consigo una porción no pequeña del mayor patrimonio humano que el país necesita. Tengamos fe; y con José Pedroni elevemos la voz para decir: "Pagaremos el precio de la noche, para poder heredar el alba".
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