Año CXXXV
 Nº 49.647
Rosario,
miércoles  30 de
octubre de 2002
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Editorial
Bulevar mortal

El caso del bulevar Rondeau se presenta como el ejemplo más dramático del descontrol que rige en el tránsito vehicular rosarino. En esa arteria, donde está permitido conducir a altas velocidades, ya se produjeron cinco muertes en lo que va del año, además de registrarse un choque y medio por día sin heridos hasta el pasado mes de septiembre. Las cifras, contundentes, expresan por sí solas el nivel de peligrosidad que se registra. Sin embargo, las autoridades municipales esgrimen -curiosas estadísticas de por medio- que no es así, y que el bulevar no constituye una prioridad en cuanto a la implementación de mayores controles. La reciente y tremenda muerte de una chica, el sábado último, luego de haber sido arrollada por un automovilista que no la auxilió, debería haber contribuido a crear conciencia. Es que los hechos trágicos se expresan por sí mismos, e indican que las cosas no pueden continuar de este modo.
Y no es que desde esta columna se intente recargar las tintas sobre los conductores de manera excluyente: la cultura media de los habitantes de esta ciudad en lo que a educación vial se refiere adolece de serias deficiencias, que luego repercuten sobre las cifras de accidentes e incrementan -sin dudas- el número de aquellos que tienen resultado fatal. La falta de respeto por las normas es patrimonio de todos: de quienes manejan automóviles, camiones o colectivos del transporte urbano, por supuesto, pero también de motociclistas, ciclistas y peatones. En estos últimos dos casos, Rondeau resulta paradigmático en cuanto a aquello que no debe hacerse: los ciclistas transitan de noche por el carril de la izquierda, donde las velocidades son altas, sin siquiera un ojo de gato que advierta sobre su presencia; y los peatones, por su parte, cruzan en lugares donde no está permitido.
El debate puntual sobre la peligrosidad del bulevar no parece aportar demasiado, por cuanto la misma es obvia. Sí, en cambio, convendría el intercambio de ideas en cuanto a las tácticas a adoptar para que la cifra de accidentes disminuya. Y también corresponde mantener -e incrementar- los decibeles de la discusión sobre esas fallas que incluyen a casi todos: no conviene olvidar que el estado de una sociedad se refleja con fidelidad en el comportamiento vial de sus habitantes. Y en este caso, tristemente, las actitudes individualistas y la indiferencia por el prójimo parecieran marcar una pauta preocupante. Hace falta modificarla con urgencia absoluta.


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