La democracia argentina tiene un problema digno de diván. Sus partidos políticos padecen el síndrome de la mujer golpeada. Cuando más se requiere de su fortaleza para sobreponerse a las dificultades por las que atraviesa el país se agachan tratando de esquivar el golpe, sin reacción para defenderse. Casi, se diría, están en posición fetal, resignados a los vaivenes de brutalidades personales que nada podrían tener que ver con verdaderos intereses de una ciudadanía que espera precisamente lo contrario.
El temor reverencial de la dirigencia política al eventual resurgimiento de nuevos liderazgos sociales que pudieran reemplazarla se disipó casi con el mismo efecto vaporizador con que las asambleas populares y el estado de movilización social se fueron apagando a lo largo y ancho de la geografía argentina.
Los principales líderes partidarios que fueron incapaces de interpretar los reclamos del descontento social, más aliviados, cayeron en la cuenta de que en lo inmediato el peligro habría pasado y a la par de incipientes señales alentadoras de la economía, han vuelto a sus andadas de siempre. Es decir, se lanzaron de modo descarado a un internismo inescrupuloso en cuyo eje se carece precisamente de cualquier discusión seria para recuperar el poder y se gira en torno a posicionamientos meramente facciosos.
El Partido Justicialista, en tanto oficialista, carga con la mayor responsabilidad en cuanto a esta recriminación al mostrar el triste espectáculo de una incompresible impotencia para ordenar una interna con reglas de juego preestablecidas y garantías mínimas de transparencia. Que llevan a sospechar que las intenciones de sus principales líderes pasan en exclusiva por preservar sus intereses y a dudar de éstos con todo derecho.
El estado de postración del radicalismo no parece óbice, tampoco, para que su internismo -menos espectacular, pero quizá con la misma virulencia que el peronista- impida cualquier aliento de recuperación, si éste existiese. Lo que lo convierte en un actor fantasmagórico del escenario nacional cuya encarnadura todavía no se advierte como para alentar signos vitales que le descubran latidos esperanzadores.
Todo cambia, pero nada cambia
Por decantación, en cuanto a los protagonismos, existe un fenómeno que si no fuera político se diría que desafía las mismas leyes de la física. Mientras los hechos se suceden con una vertiginosidad apabullante se fortalece la sensación de estar siempre igual, en el mismo lugar, sin cambio alguno. Esto último, cierto, es una ilusión, pero tan poderosa que parece esos sueños que uno cree haber vivido despierto y no dormido.
Así es que Menem y Duhalde siguen siendo los principales productores de la perplejidad que nutre la vida pública nacional tiñendo todas las horas del día de una angustiante incerteza de la que no parecen abstraerse siquiera aquellos llamados a enfrentar y reemplazar la lucha fratricida en el oficialismo, sean propios o ajenos.
"Juegan a la ruleta rusa con el país", los acusa no sin una cuota de razón la líder del ARI, Elisa Carrió. Pero la principal referente opositora del país se advierte tan condicionada en sus estrategias por la interna peronista como los propios peronistas. En primer término porque sin los peronistas peleando sus egoísmos de siempre no ya sólo en el centro de la escena sino en la totalidad de sus rincones, la diputada se habría visto mucho más expuesta al fracaso que importó su alianza con el líder izquierdista Luis Zamora y su pretensión gestual de bajar sus candidaturas.
Un error que Carrió, fiel a su estilo, vocifera ya no sólo con sus íntimos, aunque recién ahora que Zamora -con su inexplicable resolución- le alivió el camino de retorno a un relanzamiento que, visto está, se producirá conforme se decante la interna peronista. Carrió, sin estructuras consolidadas ni coaliciones fuertes, requiere imperiosamente de un adversario con quien confrontar. Demostró sobradamente su capacidad para desenmascarar a un país mafioso, deberá demostrar ahora que puede reemplazarlo, y un candidato peronista cuestionado aliviaría enormemente esa tarea al permitirle trazar un eje discontinuo entre su tarea de investigadora como antecedente para reclamar que le se sea cedido el poder.
Deberá, obvio, explicar también qué hará con ese poder. Un punto en el que cualquiera sea su adversario de los dos posibles peronistas con chances hoy -Menem y Rodríguez Saá- le saca ventaja. Los argentinos saben para qué uno y otro quieren retomar la riendas del país (al margen de las detracciones o coincidencias) Carrió deberá convencer. Esto a su vez, si lo sabe aprovechar puede resultar de debilidad su principal fortaleza. Pero para ello deberá esperar el decantamiento de la interna peronista que a este paso trabaja sin proponérselo a favor de las chances de Carrió.
Esto no se advierte todavía en las opiniones en torno a la diputada, que no ha perdido consenso pero parecería no haber crecido. Ese amesetamiento se puede deducir, paradójicamente, de la complejidad de movimientos a los que se ha visto obligado otro protagonista peronista, el gobernador de Santa Fe, y de la reacción social que produjo la definición de su ex aliado Zamora.
El movimiento pendular de Carlos Reutemann favoreciendo con sus actitudes primero al presidente Eduardo Duhalde y posteriormente al ex presidente Carlos Menem, en el marco de la furibunda interna que estos dos últimos mantienen, parece -de ser esa su intención- un intento por recuperar la equidistancia que siempre declaró y se esforzó por demostrar respecto de esos dos pesos pesados de su partido.
A Duhalde y a Menem, Reutemann los ha criticado en reiteradas oportunidades por su afán de maximalizar sus disidencias políticas y enfrentamientos personales, de los que siempre buscó, diciéndolo en público, ponerse lejos y a salvo. A su manera, las conductas de Zamora y Reutemann tienen un punto en común: ambos huyen hacia delante.
Apenas varían en su justificación y metodología pero en esencia no resultan antojadizas las analogías entre una y otra conducta. El abstencionismo de Zamora no afectó su imagen de alta valoración ética en amplios sectores de la sociedad, sobre todo medios. Pero decepcionó de modo palmario. Lo suyo fue interpretado lisa y llanamente como una huida frente al desafío. Una rémora de Carlos Alvarez, el renunciante vicepresidente del gobierno de la Alianza.
En cambio, a Carlos Reutemann su obligada internación y su renuncia a presidir el congreso partidario no le son todavía recriminadas como una huida sino que en algunos casos -esto incluye desde ciudadanos comunes hasta sectores de la prensa nacional- son leídos con una comprensión casi fraternal. Si Zamora se echó atrás con una actitud de voluntarismo testimonial, como es proponer votar en protesta pero por ningún candidato, su actitud puede registrarse sólo como eso: un gesto ético aceptable o no, pero lejano, de aporte escaso. De construcción nula de una alternativa superadora a lo que él mismo denuncia.
El arte de preservarse
No es esto lo que dicen de Reutemann. Para muchos el Lole "se preserva" y eso está bien. ¿Por qué se le tolera a uno lo que no se le acepta a otro? Por que el justicialismo desde hace muchos años actúa en este país como partido único. Como el PRI mexicano en la Argentina.
Tal vez allí se pueda encontrar alguna explicación para la recurrente metodología de Reutemann de zafarse de los momentos confrontativos y definitorios que hacen de sus excusas una cuestión verdaderamente secundaria. Ya se trate de una tormenta que le impidió estar presente en Chapadmalal para respaldar a Rodríguez Saá o un pronóstico climático adverso que no le permitió volar a Tucumán para acompañar a Duhalde el 9 de Julio. Y después, una operación urgente o una gastroenteritis que, nadie lo duda, se trata de dolencias reales, pero que el mandatario provincial ha sabido convertir en herramientas de definición política.
No se entiende por qué, aunque la calle y la prensa comenten lo oportuno de tales enfermedades o los guiños del clima con cierta diversión, le sean comprendidas a Reutemann como valores a anotarse en su haber y no en su debe. De no ser porque en cada caso no hace sino cabalgar sobre el dato más irritativo que posee el oficialismo en su relación con la sociedad: el desprestigio de Menem y Duhalde, y la inveterada interna entre ambos.
"Está mal, llegó doblado, pero si hubiera fingido igualmente hubiera hecho bien de alejarse de toda esa mugre", comentaba a la prensa la empleada del sanatorio en que el gobernador se encuentra internado. Muchos opinan igual: Reutemann se preserva y para ello debe tomar distancia de aquello que para muchos es la "mugre".
Esa supuesta incontaminación de Reutemann para el inconsciente de parte de la ciudadanía le requiere un esfuerzo enorme que él somatiza, la pregunta es para qué. Y este interrogante no encuentra respuesta en alguien que se dice decidido a no pelear tarde o temprano por el poder.
Ahora bien, Chacho Alvarez se fue sin decir para qué. Zamora anticipó que abría diciendo que no haría nada nuevo. Poner un voto diciendo que se vayan todos es casi menos creativo que el voto con algunos personajes de historieta que ya usaron los argentinos en comicios anteriores sin necesidad de la inspiración del legislador.
Es aquí donde se torna imprescindible preguntarse por el costado premeditado con que actúa Reutemann. Tal vez no alcance para entender por qué primero decide fortalecer a Duhalde (y debilitar a Menem) apoyando una convocatoria al congreso partidario y después hace lo contrario dejando a Menem mejor parado y a Duhalde perplejo. Pero puede que permita entender por qué muchos interpretan que Reutemann se preserva para un recambio a futuro.
En primer término ello nos llevaría a deducir que la pelea Duhalde-Menem nos habrá de llevar a un escenario aún peor. Y está bien, según estas opiniones, que Reutemann se baje. En segundo término permiten suponer que estas peleas que ponen al justicialismo al borde de un quiebre como -dicen los memoriosos- nunca vivió en su historia no hacen sino favorecer las chances de Carrió desde una clase medía decepcionada por Zamora, asqueada de la pelea peronista, desencantada por los nones sucesivos del Lole pero que sigue definiendo la suerte de una compulsa electoral. Tal como acontecerá hoy en Brasil.
Un recambio hipotético
Esta hipótesis de que el próximo turno podría terminar siendo el de una nueva alternancia -que Reutemann comenta en sus conversaciones privadas- no alcanza para sostenerlo como hombre de recambio al cabo de ese turno de gobierno, es decir dentro de cuatro años.
Su tan reiterada (por él) "coherencia" de decir que no es candidato, visto está, no incluye el detalle de que ha dejado alentar su candidatura antes de cada negativa por acción u omisión de los suyos. Antes de definir el espaldarazo a Duhalde apoyando la convocatoria al congreso partidario de pasado mañana (que por acción judicial ahora será continuidad del que pasó a cuarto intermedio el año pasado) Reutemann autorizó el empapelamiento de la Capital Federal el 17 de octubre, que lo hizo tan visible como a cualquiera de los candidatos peronistas que ese día alzaron escenarios y actos para celebrar esa fecha peronista pulseando por movilizar adhesiones.
Del mismo modo, junto a su internación y simultánea renuncia a la vicepresidencia del congreso partidario, no desautorizó a su hermano que salió (se sabe que no sin conocimiento del gobernador) a decir primero que él como congresal iría a Parque Norte este martes a proponer a Reutemann como candidato presidencial de la unidad. Después el propio Enrique Reutemann brindó un interpretación de sus dichos hablando de una candidatura presidencial de su hermano para otro momento. Es decir, habló siempre de candidatura presidencial, la partitura oficial de los Reutemann.
-¿Usted con quién consulta antes de fijar posturas?, le preguntó La Capital al hermano del gobernador.
-"Cuando hablo, siempre lo hago con el gobernador", dijo.
Nadie sabe en la Argentina qué sucederá con la interna peronista. No parecen saberlo ni los propios peronistas. Menos los opositores. Con ello se desconoce la suerte de los comicios en lo que hace a su momento de realización, inclusive las elecciones generales. Tampoco se sabe de los tiempos de los que habla Enrique Reutemann después de que consulta con su hermano.