Tenerife, una de las siete islas que conforman el archipiélago de las Canarias, es un territorio que se vislumbra de oeste a occidente, con mil paisajes y climas, colores, sabores y sensaciones. Es la de mayor extensión y la más alta del archipiélago con el imponente remate del Teide, cráter de Las Cañadas, cubierto de nieve casi perpetuas, visibles desde las costas soleadas.
En la isla la naturaleza se manifiesta de muchas maneras, a veces contrapuestas, pero siempre sorprendentes. Desde la cima del Teide se contempla el sur, sobrecogedor y el norte, verde y fértil. Su capital y ciudad más importante, Santa Cruz de Tenerife, cuenta con modernas instalaciones hoteleras y atractivos para todas las edades y preferencias.
Bañada por el océano, al sur de Tenerife, se extienden las playas turísticas de las Américas y los Cristianos, que se suman a los atractivos de Puerto de la Cruz y Bajamar. Con sus 22º C de temperatura media anual, bajo el constante sol, asombran a cada paso con su eterna primavera y con su geografía caprichosa, moldeada por la fuerza de un volcán y la intemperie.
Se hace camino al andar
El lugar se puede descubrir a través de sus muchos recorridos: las playas, los puertos, el bosque, la montaña y la ciudad.
Un primer sendero lleva inevitablemente al Parque Nacional Las Cañadas del Teide, un conjunto de alta montaña dotado de refugio, parador y teleférico para sobrevolar paisajes cuajados de rocas lávicas atormentadas por el recuerdo de las formidables erupciones. Con colores rojizos, amarillos y anaranjados, y el azul del cielo de fondo, las peñas invitan a forjar figuras y siluetas esculpidas por el viento y la lava de antaño.
Con un poco de imaginación y algo de agudeza visual, se encuentra un gran oso entre las rocas que se esparcen alrededor del Teide. Alrededor del coloso se extienden al norte y al sur pueblos que a pesar de sus cómodas instalaciones y su infraestructura de nivel, parecen detenidos en el tiempo. Así, en la ruta norte, a la vuelta de un recodo de la carretera, aparece de improviso el valle de la Orotava, con el Teide al fondo.
Todos los verdes imaginables cercan la señorial villa, llena de palacetes con balcones de madera tallados con increíble paciencia, de donde cuelgan flores de todos los colores alegrando las calles. La naturaleza del valle y la fertilidad de sus huertas encuentran el sincretismo con lo divino, de la mano de los artistas que cada año, durante la festividad del Corpus, ejecutan sobre las calzadas de las calles, monumentales alfombras para el paso del Santísimo.
Valle de la Orotava
El valle de la Orotava es un recorrido imperdible, que cuesta abajo o arriba por sus estrechas callecitas, descubre desde la hospitalidad de su gente, con sonrisa amplia y generosa, hasta su impronta colonial, plasmada en cada detalle de su arquitectura. En la Otorava también está el famoso jardín botánico creado en el siglo XVIII para la aclimatación de plantas de lejanas procedencias, que hoy conviven con ejemplares de la flora canaria y con otros llegados de Africa y América.
Donde termina el valle comienza la denominada "isla baja", o Villa de Icod que, además de los vinos característicos de Tenerife, cuenta con el drago milenario: un árbol emblemático de Canarias, sobreviviente de una flora ya prehistórica. Este ejemplar se yergue para ser admirado por los habitantes como un trofeo de guerra, orgullosos de su supervivencia.
Otro imperdible es el Puerto de la Cruz, cercano al valle de la Orotava, que ofrece instalaciones turísticas, deportivas y de ocio, y restaurantes de cocina isleña e internacional.
En la capital de la isla, Santa Cruz, moderna y de anchas ramblas y avenidas de generoso trazado, se extienden parques y jardines frondosos, y también callejuelas y edificios coloniales en su parte más vieja. Es una ciudad bien equipada para el trabajo, el descanso, el deporte, el ocio y la cultura, que llega a su máxima expresión en el carnaval, con un espectáculo que trasciende las fronteras.
A pocos kilómetros de allí y unida por el crecimiento de los barrios extremos, se levanta la ciudad de la Laguna, la antigua capital de la isla, fundada a fines del siglo XV. Aquí, aún hoy los domingos son una fiesta. Las procesiones salen por las calles coloniales, los vecinos se juntan en la plaza principal y el mercado es el centro de reunión y paso obligado.
En la ciudad, todos los años se celebra la Romería de San Benito, una festividad de fuerte sabor campesino, donde concurren los mejores exponentes del folclore musical y de la artesanía
Las playas del sur
El sur tinerfeño es otra cosa. Hace unos años contrastaba de tal manera con el resto de la isla -el verde de los platanales, de los bosques de Mercedes y de la Esperanza- que se tenía la impresión de estar en otro mundo. Hoy se accede de manera cómoda a lugares como Las Américas, Los Cristianos, El Médano o Chayota, verdaderos centros turísticos donde reinan los alemanes y los nórdicos, y donde la infraestructura hotelera se adelanta al paso de la demanda.
El centro comercial del sur de Tenerife, recostado siempre sobre el mar, es el paso obligado por las tardes, cuando cae el sol y se impone la hora de los tragos frente al océano. Ya por la noche, los bares y restaurantes se iluminan transformando el sur tinerfeño en un paseo lleno de colores, un ambiente cálido y agradable, donde las estrellas y el aire marino son testigos de uno de los paisajes más bellos