París. - La espectacular toma de rehenes por un comando checheno en Moscú no sólo significa un salto mediático del conflicto en la república independentista y una humillación para el presidente ruso Vladimir Putin, sino que también demuestra la anarquía reinante entre los rebeldes y la dificultad para acertar con una política que lleve la paz. Dos semanas después del atentado en Bali -y con la sombra de Al Qaeda rondando desde el 11 de septiembre de 2001- la toma de rehenes en Moscú surge como una inesperada derivación de la amenaza terrorista de la que habla EEUU, y que Putin utiliza para justificar su política en Chechenia, donde se mezclan una historia independentista con intereses petroleros. Sin embargo, si bien Putin dijo que la toma de rehenes "fue planificada en los centros terroristas extranjeros", lo cierto es que el golpe checheno no hizo más que convertir en realidad un temor que las cancillerías europeas tenían desde el inicio de la segunda guerra en el Cáucaso en 1999: la concreción de un intento terrorista desesperado para forzar la retirada rusa. Este recurso había dado resultado en junio de 1995, durante la primera guerra chechena, cuando un sangrienta toma de rehenes en la localidad de Budennovsk había conducido a Moscú a acordar un alto el fuego con los independentistas. Sin embargo, en esta ocasión, una concesión de este tipo parece poco probable. Por un lado, Putin, humillado ante la evidente demostración de que la guerra no está terminada como el presidente dijo en abril pasado, no puede ceder a la presión ante un escenario internacional que condenó la toma de rehenes y que le brindó apoyo absoluto, incluso con una resolución del Consejo de Seguridad. Por otra parte, aún si Putin estuviera dispuesto a ceder, una negociación creíble con los chechenos aparece hoy como un objetivo muy difícil de alcanzar. La fragmentación del movimiento independentista dio lugar al surgimiento de grupos radicalizados que no responden a la autoridad del presidente electo en Chechenia, Aslan Masjadov, aislado por Moscú. El jueves, Masjadov rechazó cualquier vinculación con la toma del teatro de Moscú, que significó el abrupto final de un tímido inicio de conversaciones con los independentistas. La actitud radical de los secuestradores significa un "golpe terrible" contra cualquier intento de retomar la vía pacífica para solucionar el conflicto y aleja la paz de Chechenia, ya que no le deja a Putin mucho margen de maniobra. Seis meses después del anuncio del final de la operación militar en Chechenia, observadores independientes aseguran que el ejército ruso todavía pierde un centenar de hombres por mes en la región y que su accionar continúa plagado de "indisciplinas" que se traducen en violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Un endurecimiento de la política de Putin a partir de la toma de rehenes no haría más que favorecer a las fuerzas rusas en la región, interesadas en prolongar el conflicto para continuar imponiendo su ley en la devastada Chechenia, indican los analistas. (AFP)
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