Año CXXXV
 Nº 49.643
Rosario,
sábado  26 de
octubre de 2002
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Exportaciones: que el árbol no tape el bosque

Susana Merlo

Mucho se escuchó en los últimos días acerca de los nuevos mercados que se abren a una serie de productos. Rusia y Chile para las carnes vacunas, avances sobre China, el rescate de una serie de preferencias arancelarias con los Estados Unidos que permitirán, por un lado exportar algunos productos inéditos para ese mercado y, por otro, hacerlo con aranceles nulos o muy bajos, lo que otorga una ventaja para la Argentina y, por ende, para los productores de esos rubros, mayoritariamente alimentos del campo.
Todo esto es muy bueno. Está muy bien. Sin embargo, para mucha gente del sector suena casi a "premio consuelo" después de la conmoción vivida a partir de enero, devaluación y pesificación mediante. Lo real es que los números de las ventas al exterior, hasta ahora, siguen siendo inferiores a los del año pasado, aún considerando el fuerte incremento en los precios internacionales de varios de los productos que se venden afuera que permitió mejorar un tanto el balance. Esto significa que, si bien algunos rubros se vieron beneficiados por la devaluación (al menos, en su competitividad en el mercado internacional, ya que ahora resultan mucho más baratos para los extranjeros), resulta obvio que eso no sirvió demasiado o, al menos, no se pudo aprovechar totalmente.
También resulta bastante evidente que, tanto la falta de financiación para esas operaciones como para los propios productores constituyó otra de las limitantes. Y en este sentido, el significativo recorte de las importaciones, que en gran porcentaje corresponden a insumos, da cuenta clara de las restricciones por las que se atraviesa.
Otro punto de vista muestra, además, que buena parte de lo que se está exportando corresponde a una marcada contracción de la demanda interna cuyo nivel de compras se vio continuamente recortado a lo largo de los últimos meses. Evaluar, entonces, sólo lo positivo de las nuevas oportunidades de comercio mundial que se abren para la producción argentina es, al menos, parcial pues, en medio, no hubo crecimiento global de la producción, parte de la caída se compensó con la mejora de los precios internacionales (sobre la cual nadie se puede atribuir ningún mérito), los consumidores argentinos debieron achicar hasta su nivel de ingesta y, la situación general de los productores sigue sin ser buena.
En todo caso, aquellos pocos que venían sin deudas o lograron cancelarlas, y que disponían de algún capital propio para financiarse, igual enfrentan la terrible inseguridad jurídica y política que se vive, por las cuales es imposible saber si lo que se planea producir hoy se va a poder vender dentro de unos meses en las mismas condiciones, o si va a haber más retenciones, o se reducirá el IVA, o cambiarán las especificaciones del impuesto a la Ganancias, o volverán a aumentar los sueldos de los empleados, o infinidad de posibilidades más, producto de las mentes febriles de muchos de los funcionarios (y de su desconocimiento, o indiferencia, sobre la producción rural).
Exportar está muy bien. Debe formar parte de la esencia misma de una Argentina agroalimentaria que tienen en el sector agropecuario su principal fuente de ingresos genuinos. Pero la corriente de ventas al exterior debe ser real, positiva, sustentada sobre la base de un sostenido crecimiento productivo "balanceado", y no a los barquinazos motorizados por mejores o peores precios coyunturales. Debe, además, partir en primera instancia, de un abastecimiento interno pleno y consolidado. Primero se debe satisfacer al consumidor local.


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