Año CXXXV
 Nº 49.640
Rosario,
miércoles  23 de
octubre de 2002
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Editorial
El costo de una renuncia

El largo proceso de deterioro sufrido por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que parecía haber culminado cuando la Cámara de Diputados rechazó el juicio político, se profundizó aún más después de la renuncia del menos cuestionado de sus integrantes, el rosarino Gustavo Bossert. A pesar de ser de índole personal, las razones que esgrimió el magistrado -que llevaba treinta y cuatro años de servicio en la Justicia- se relacionan de modo directo con los elevados niveles de cuestionamiento que afectan al cuerpo desde hace ya largo tiempo, y que en nada contribuyen a la consolidación y prestigio de las instituciones democráticas.
El manto de sospecha sobre el principal organismo encargado de impartir justicia en la República fue uno de los principales motivos de las masivas movilizaciones que entre fines del año pasado y principios del presente provocaron la renuncia de dos jefes de Estado. Y desde que Eduardo Duhalde -elegido por la Asamblea Legislativa- asumió la primera magistratura, el termómetro que mide la relación entre el pueblo y sus representantes más importantes dentro del Poder Judicial dista de haber registrado un descenso de la temperatura. Por el contrario, el escepticismo y la desconfianza continúan marcando la pauta. Sin embargo, como ocurre con todas las generalizaciones, sin dudas incurren en errores. Y el peso de las graves acusaciones que -sin discriminar- cayeron sobre el cuerpo durante las sesiones en que se definía el juicio político resultaron decisivas en la dimisión de Bossert.
Corresponde resaltar dos aspectos de este asunto: primero, que resulta penoso que haya sido el miembro menos cuestionado de la Corte el que tomara decisión tan drástica; segundo, que su renuncia -acabadamente fundamentada por él mismo- refuerza el desprestigio que sufre el cuerpo, y por ende en nada contribuye a mejorar una situación difícil cuando justamente más se necesita de esta clase de contribuciones.
La honda crisis que aflige al país no se resolverá en breve tiempo, eso es sabido. Los recambios y consensos tardarán en producirse, y en ese proceso habrá que practicar la crítica tanto como la autocrítica. Pero son los mejores hombres, precisamente, quienes más falta hacen en estos momentos. Por tal razón, acaso, la partida de un juez de reconocida idoneidad y ponderada ética se erige en un costo oneroso, que deberá ser pagado por el país todo.


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