Año CXXXV
 Nº 49.640
Rosario,
miércoles  23 de
octubre de 2002
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Confesiones en el caso del joven arrojado al Saladillo
La policía indicó que dos detenidos admiten su participación en el ataque. Los vecinos volvieron a protestar

Los vecinos de Puente Gallego sólo se tranquilizaron cuando uno de los buzos tácticos de la policía santafesina les explicó en detalle la búsqueda que iniciaron el lunes del cuerpo de Carlos Alberto Mezano, en el cauce del arroyo Saladillo, donde lo habían arrojado el sábado a la noche dos muchachos, después de golpearlo con ferocidad. A varias cuadras de allí, en la comisaría 18ª, los dos detenidos por el suceso admitían, según una fuente policial, su participación en el episodio. Daniel Alberto Raineri y Damián Pinto explicaron cómo habían golpeado a Mezano ante de arrojarlo al agua.
Atrás quedaba la bronca de los habitantes de la barriada de Ovidio Lagos al 8600, que habían cortado la calle, en el inicio del puente que cruza ese curso de agua. Sobre el pavimento varias cubiertas quemadas despedían humo sobre el Saladillo.
Los vecinos y familiares de Mezano observaban la escena esperando que la policía cumpliera con lo pactado un rato antes para liberar el paso de los vehículos: el arribo de los buzos para continuar el rastrillaje del arroyo. "Quiero el cuerpo de mi hijo", repetía María Florencia Flores, la madre de Carlos. La mujer, muy acongojada, protestaba porque a su hijo "no lo buscan como corresponde".
El sábado a la noche, Mezano, de 23 años, fue atacado con brutalidad por dos muchachos en una plaza de Copacabana al 2800, cien metros al oeste de Ovidio Lagos al 8600. Una mujer que presenció el suceso vio que antes de golpearlo, al muchacho le sacaron la ropa y después lo arrastraron hasta el arroyo.
Pero lo que los vecinos de Puente Gallego no sabían en ese momento es que los buzos tácticos buscaban el cuerpo del muchacho en "los altos de la Quebrada", a la altura del parque Regional Sur, a un kilómetro y medio de la desembocadura del Saladillo en el río Paraná.
En el extremo sur de la ciudad, las versiones acerca de cómo se desencadenó el crimen de Mezano parecían ser tantas que ni los investigadores ni los parientes del muchacho que arrojaron al arroyo podían precisar alguna. Algunos hablaban de ajuste de cuentas. Otros de crimen pasional. "Los dos pibes estaban borrachos y discutieron con Carlos antes de tirarlo", decía un muchacho de Puente Gallego. A su lado María desconfiaba de que el desenlace del hecho haya sido por motivos amorosos.
A las 6 de la tarde todo pareció normalizarse. El jefe de los buzos tácticos de la policía santafesina y un bombero voluntario de Villa Gobernador Gálvez se reunieron con los familiares de Carlos para explicarles el rastrillaje. Entonces el buzo les dijo que las tareas de rescate se habían iniciado desde unos 200 metros al oeste de la cabecera del puente Gallego, sobre la margen este.
Que habían recorrido a pie y en un bote de goma el arroyo y sólo encontraron troncos de árboles. Y que el barrido había llegado hasta la zona conocida como La Quebrada. Sólo en ese momento y con el compromiso de no detener la búsqueda hasta que aparezca el cuerpo, los parientes se calmaron casi en el mismo momento en que llegaban una lancha con dos buzos de Prefectura para sumarse al rescate del cuerpo de Mezano.
Antes, el padrastro de Carlos, Juan José Sosa, brindaba algunos detalles acerca de cómo había ocurrido el episodio. El hombre dijo que el cuerpo de Mezano tiene "un corte en la cara y otro en el pecho". Que el muchacho ya "no vivía cuando lo arrastraron al arroyo", a unos cien metros hacia el oeste, "cerca de un horno de ladrillos".



"Quiero el cuerpo de mi hijo", rogaba María Flores.
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