Año CXXXV
 Nº 49.636
Rosario,
sábado  19 de
octubre de 2002
Min 14º
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cartas
Total a mí no me arde

Esta sentencia aplicada al cotidiano vivir, tiene tal vigencia que nos asombraríamos con los hechos. En todos los estamentos de la sociedad es aplicable el ejemplo, con verdades muy duras. Posiblemente la que más me duele o arde es la forma en que los funcionarios despilfarran los bienes de la Nación. Siempre hay que predicar con el ejemplo. Nuestro presidente, impuesto por el voto parlamentario, no por el pueblo, viajó representando nuestro estado de crisis económica y de valores. Claro, si hay miseria que no se note. Y se alojó en el hotel más caro, para luego, en la reunión cumbre, pedir ayuda. Echó salmuera en el tajo que tiene el pueblo, no sobre el lomo, sino en su dignidad. La pobreza que padecemos es un absurdo que contrasta notablemente con la naturaleza que nos rodea. Cada día va creciendo en intensidad el ardor de la injusticia, ardor de bronca, ardor de desesperanza. Otro tajo, más grande aún, es el abierto en el crecimiento de los niños. Peligrosa herida que puede derivar en delincuencia, en vicios, en rencor. La salmuera en su medida puede curar, pero el dolor no se borra así nomás. La vejez muestra, en la mayoría de los casos, una herida resignada que algunos llevan como trofeo que les brindó la sociedad después de años de lucha y depositando en trabajo lo que ahora se les retribuye en mendicidad, en abandono, en desidia. La educación, herida intelectual reflejada en porcentajes altísimos al dejar los estudios. Quizás mejor se maneje a un pueblo en su analfabetismo y torpeza. Parafraseando a Borges: "Solamente la cultura nos salvará, no conozco nada mejor". La sociedad (excluyo a políticos y funcionarios) arde de impotencia y se ve avasallada por la constante trasgresión que también se manifiesta en el idioma. Es alarmante, pues perder la identidad será sin duda tan grave como el desarraigo. ¿Quiénes somos? un pueblo que lame sus heridas. Nunca es tarde, aún podemos ir en busca de un destino que nos merecemos y sentir con orgullo nuestra argentinidad.
Roberto Lovrincevich


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