Año CXXXV
 Nº 49.636
Rosario,
sábado  19 de
octubre de 2002
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Editorial
¿Renace el optimismo?

La encuesta privada que difundió una consultora nacional dio un nuevo indicio de que algo está cambiando, aunque imperceptiblemente, en la Argentina. Los datos señalaban que un 43,7 por ciento de los habitantes del país cree que lo peor de la crisis económica ya ha pasado. Mientras tanto, el 12,7% señaló que todo irá peor y el resto -porcentaje mayoritario- cree que la situación se mantendrá igual. Si se comparan estos guarismos con aquellos que se obtuvieron tan sólo cuatro meses atrás podrá observarse un notorio repunte en el estado de ánimo colectivo, que como es bien sabido tiene importancia concreta para que las cosas comiencen a mejorar. Porque aunque el contrasentido resulte, a esta altura, una obviedad, debe remarcarse el valor objetivo que posee la subjetividad: es decir, no existe salida posible de la crisis si primero no se cree en ella.
En este caso, sin embargo, los analistas han remarcado que son factores concretos los que han impulsado la transformación interna de muchos ciudadanos, que pasaron del más ácido pesimismo a vislumbrar, esperanzados, la salida del túnel. Entre tales factores, siempre de acuerdo con este criterio, el más importante es la estabilidad que en los últimos meses ha registrado la cotización del dólar, que constituye desde hace largos años el termómetro que mide la temperatura económica de la Argentina. Otros elementos que reconstruyen la esperanza en el país son la recuperación de los depósitos bancarios y el freno producido tanto en la caída de la producción industrial como en las ventas en los supermercados. También la inflación -ese temido fantasma- ha detenido su avance y ciertos especialistas, audaces, hasta se animan a hablar de un lento retorno de la inversión externa.
Ciertamente, los indicios de cambio positivo no ameritan descorchar botellas de champaña. La pobreza continúa vigente, así como la inseguridad y el alto nivel de desempleo. Y las incógnitas macroeconómicas, tan vinculadas a la incertidumbre política, distan de haberse despejado. Sin embargo, merece aplaudirse la incipiente reversión de una tendencia preocupante: el escepticismo acerca del futuro nunca fue el primer paso adecuado si el camino que se pretende transitar es el que conduce a la salida.


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