Año CXXXV
 Nº 49.632
Rosario,
martes  15 de
octubre de 2002
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Reflexiones
Falsificaciones

Stella Maris Brunetto

Una noche del verano parisino de 1893, una comisión policial entró al atelier del pintor Cazeau y lo encontró en plena tarea de copiar un cuadro de su colega Jean Francoise Millet, conocido sobre todo por su obra El Angelus. Anteriores falsificaciones colocadas a buen precio en el mercado de pinturas habían despertado las sospechas de los investigadores que completaban, con la captura del falsario, un prolijo seguimiento. No sólo fue a prisión el autor material del hecho, lo acompañó un nieto de Millet, cerebro del jugoso emprendimiento que incluía la copia de obras de otros autores como Degas y Corot.
Es que las obras de arte, junto al dinero, son los objetos que más han seducido a los hábiles artistas de la falsificación y que han contribuido, al desarrollo de técnicas y métodos para frenarla.
Tal el caso de las monedas (según registros arqueológicos invento de los frigios) que, de simples discos de metal, pasaron a tener leyendas e impresiones varias para desalentar a los falsarios. Como el muy curioso texto que aparecía en las primeras monedas norteamericanas "Tis death to counterfeit" cuya traducción sería algo así como "a muerte la falsificación".
Y cuando llegó finalmente el papel moneda, se redoblaron los esfuerzos para producirlo de manera que su copia, sino imposible, fuera, al menos, muy costosa en términos de tiempo y material. Así se inventaron las marcas de agua, los hilos de metal, los dibujos de líneas apretadas y coloridas, el papel especial de algodón fabricado con exclusividad para las casas de moneda.
También Interpol fue una consecuencia del auge de las falsificaciones de dinero y su organización surgió para reprimir en forma conjunta esos delitos sin importar el país en el que se hubieran gestado.
Pero no solamente dinero y pinturas han despertado el afán de copia. Muchas veces la falsificación persigue, no el rédito económico, sino la fama. Tal fue el caso del famoso Hombre de Piltdown de Gran Bretaña. Durante mucho tiempo se había buscado el eslabón perdido, el ejemplar a medio camino entre los monos y el hombre sin resultado positivo. Y entonces, en 1912, el científico Charles Dawson presentó a sus colegas algunos trozos de cráneo y un maxilar que aparentaban ser de la especie faltante. Los huesos ocuparon un sitial importante en el Museo Británico hasta que un arqueólogo que sospechó de la veracidad del hallazgo, descubrió que los huesos de la cabeza eran de un humano, pero moderno y la mandíbula pertenecía a ...un chimpancé.
Más rápidamente fue descubierto el engaño urdido por un funcionario filipino que inventó una tribu primitiva con lenguaje y cultura propios supuestamente encontrada en la selva y que le deparó una pequeña fortuna por derechos de televisación antes de ser desenmascarado.
El rubro documentos ha sabido de la atención de copistas y falsarios. Un caso singular fue el texto conocido como "Donación de Constantino" en el que se expresaba la voluntad de ese emperador de donar el Imperio de Occidente al Papa. El escrito, aparentemente auténtico, estaba destinado a producir un cambio histórico en el mapa del poder terrenal en pleno Renacimiento Italiano. Y con muy escasos recursos y mucho talento, un contemporáneo, Lorenzo Valla, lo analizó detalladamente y pudo probar su falsedad.
Y el broche de oro para este recorrido por falsarios y copistas: el gran Miguel Angel, para hacerse de un dinero con el que solventar sus gastos domésticos y artísticos, copió unas estatuillas griegas, las enterró para darles un aspecto de envejecidas y, luego de desenterrarlas, pudo colocarlas en el mercado que no conocía, todavía, las bondades de los modernos métodos de datación.


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