Año CXXXV
 Nº 49.625
Rosario,
martes  08 de
octubre de 2002
Min 14º
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Reflexiones
Las madres no son un cuento

Gloria Lenardón (*)

Llevan veinticinco años. La justicia no creció en proporción. En el living de su casa una de las Madres, Darwinia Gallicchio, una de las tantas que perdió a su hijo durante la última dictadura, no abandona los momentos felices de su vida. Los muebles, los adornos, las carpetas bordadas y todas las fotos los reflejan, no hay un solo desliz, un solo movimiento que hable de cambio, y si los acontecimientos la obligaron a salir a la calle y a sufrir y ella respondió con valentía, el living siguió fijo al pasado, a su etapa feliz.
Darwinia Gallicchio viajaba de Rosario a Buenos Aires, como casi todas las madres; el camino se repetía en un intento de aclarar el aturdimiento, de buscar información en otros lugares del poder, por eso escuchó lo que escuchó en el Ministerio del Interior, uno de los sitios macabros del poder. Ella dice: "Cuando escuché «las locas» me decidí, hasta ese momento estaba muy pendiente de mi marido, él organizaba qué hacer, hasta que se paralizó, dejó de creer; entonces yo me puse al frente, pensé en estas mujeres que también habían perdido a sus hijos y hacían lo que habían decidido hacer, por algo Harguindeguy las llamaba las locas, le preocupaban".
Harguindeguy las había bautizado motivado por la exasperación: ¿qué era esa presencia de los jueves? ¿Esas mujeres en Plaza de Mayo con un pañuelo blanco en la cabeza, pese a la prohibición de reunión? Pero esas mujeres se movían, caminaban la plaza, de a dos, del brazo. ¿Era eso una reunión?
Con ochocientos hábeas corpus que no daban ningún resultado, Darwinia Gallicchio cruzó la puerta del ministerio para abandonarlo definitivamente y fue en busca de "las locas".
Y así empezó. En Rosario, en la cortada Ricardone, con una premisa: no abandonar. Contra las amenazas y el miedo, las desconfianzas que aparecían y la poquísima información, las Madres de Rosario (al principio pocas, llegaban con sus bolsas como si acabaran de hacer compras) tenían que armar la red, unir los hilos, sumar casos, apoyándose en los que las alentaban y soportando a los que las hostigaban: "Tuve gente furiosa parada en la puerta de mi casa cuando trataba de recuperar a mi nieta, pero también estaban los que no me abandonaban". Y los casos crecieron, de una manera horrible y dolorosa, y la fortaleza de las madres también, la historia de sus reclamos se afirmó y siguió con obstinación todos estos años.
Se siguen reuniendo, los jueves, en la plaza 25 de Mayo, insistiendo con el esclarecimiento; pese a la derogación de las leyes de olvido y algunos genocidas en prisión, falta: "La Justicia sabe lo que todavía tiene que hacer". Recientemente independizadas de Buenos Aires -hace dos años, de la línea Hebe de Bonafini- tramitan su personería jurídica porque tienen sus propias exigencias: el Centro Popular de la Memoria en la ex Jefatura de Policía, el afianzamiento de la delegación Rosario de Abuelas de Plaza de Mayo, y siempre y en todo lugar los derechos, la dignidad humana, la lucha por planes que los defiendan, que los reivindiquen. Respetadas en todo el mundo, invitadas de distintos lugares, vuelven a sus casas donde la vida, en un punto, dejó de desarrollarse naturalmente, y el living de Gallicchio lo demuestra.
Elena Belmont es una madre que no encontró otro lugar más que su jardín para su hijo. Durante un año no hubo otro cementerio para él, ese fue el tiempo que demoraron en entregarle el certificado de defunción, y sin él no había en la ciudad ningún cementerio que lo recibiera. Elena Belmont escribió la historia. Gallicchio dice: "Elena escribió esta historia que parece un cuento, y le dieron el premio por el notable cuento". Con ochenta años sigue yendo a la plaza. "Pero eso no es un cuento. ¿Entiende?"
De golpe la sorpresa, el reciente ataque a Estela de Carlotto. Las balas en la casa de La Plata de la Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo son un retroceso vertiginoso.

(*) Escritora


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