| | Editorial Valiosa señal de la política
| En estas épocas signadas por el constante cuestionamiento a los representantes del pueblo, la detección de un gesto por su parte que vaya en dirección de los justificados reclamos de la ciudadanía debe ser destacada como un hecho significativo. Sucede que el fracaso de los principales referentes de una generación de dirigentes puede poner en riesgo, en este país signado por una indiscutible y añeja impronta autoritaria, nada menos que el mayor logro de la Nación en las últimas dos décadas: la continuidad de la democracia. En tal sentido merece ser elogiada sin retaceos la aprobación del Senado santafesino a la reducción a la mitad del número de concejales en Rosario y la capital provincial, avalando la media sanción que había dado a tan loable iniciativa la Cámara de Diputados. Y aunque lamentablemente este hecho deba ser rescatado como una excepción dentro del panorama nacional, simultáneamente se erige en un motivo de orgullo que Santa Fe haya sido la encargada de liderar en el país tan auspiciosa tendencia. Es que la disminución pautada no constituye poca cosa: de cuarenta y dos ediles, Rosario pasará a tener sólo veintiuno. Mientras, el cuerpo deliberativo de Santa Fe quedará con trece concejales del total de veintitrés que ostenta actualmente. Y si bien muchos podrán sostener -con cierta dosis de razón- que en el terreno del achicamiento de los gastos esta es apenas una gota en el océano, deberían tener en cuenta que el espacio más importante en que repercutirá la medida es nada menos que el moral. Se trata de una resolución que tiene fuerte sentido ejemplificador, en el marco de una realidad muy dura. Los elevados niveles de escepticismo que cunden entre los argentinos en relación con la honestidad de sus dirigentes, en parte justos y en parte extemporáneos, deben ser enfrentados con decisión, y este es un paso dado en el rumbo correcto. Sucede que una de las principales virtudes de que deben hacer gala los políticos es el saber escuchar. La sordera resulta peligrosa no sólo para el éxito de su propia gestión sino para la integridad del sistema. Claro que en el otro extremo del arco acecha un enemigo sigiloso: la demagogia. No siempre corresponde decir que sí a las demandas masivas. Pero en este caso, el unánime clamor respondía a sólidos fundamentos; haberlo atendido significó una clara señal de que la política aún se encuentra con vida, y puede volver a estar al servicio de la gente.
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