Año CXXXV
 Nº 49.623
Rosario,
domingo  06 de
octubre de 2002
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La corrupción en el Senado es letal para la democracia
Se debe realizar una profunda reforma del sistema legislativo, que incluya mecanismos antisoborno

Antonio I. Margariti

Los viejos filósofos escolásticos, que todavía tenían la capacidad de saber distinguir lo verdadero de lo falso, sostenían que "la corrupción de lo mejor es lo peor". Con ello querían decir que lo peor que puede sucederle a una sociedad como la argentina es la perversión de aquellas personas o instituciones que debieran ser tomadas como ejemplo y dignas de imitación. Cuando lo mejor se corrompe, produce en la conciencia popular una herida que no cicatriza porque brinda la sensación de impostura y provoca el escándalo que nos hace perder la fe en la moral pública y privada. Con la corrupción de lo mejor nos convertimos en incrédulos o descreídos y así matamos cualquier vestigio de esperanza.
¿Qué es el Senado? Para comprender la importancia del Senado en la vida social de nuestra patria es menester saber qué es y de dónde surge esta institución.
El primer Senado del mundo fue creado 753 años antes de la era cristiana por Rómulo, el legendario fundador de Roma quien escogió, entre las familias patricias, a 100 senadores para asesorar al rey. Cuando la monarquía latina cedió su lugar a la república, el Senado pasó a ser un consejo asesor de los cónsules y con el tiempo sus prerrogativas se fueron consolidando.
Muchas de ellas son exactamente las mismas que hoy ostenta el Senado en nuestro país. Los senadores eran nombrados en forma vitalicia para controlar el poder que ejercían los cónsules, quienes estaban obligados a presentar rendiciones de cuentas anuales.
Al morir los padres fundadores de Roma se adoptó la costumbre de nombrar senadores a los antiguos magistrados, especialmente los que se habían distinguido por sus preocupaciones sobre la res pública. El Senado pronto conquistó el derecho de aprobar o rechazar las decisiones de las asambleas populares surgidas en los "comicios" y a medida que Roma se extendía por todo el mundo, se fue ocupando de la política exterior y designando a los procónsules que gobernaban las provincias.
Después de la guerra civil que destituyó a Pompeyo, Julio César marchó sobre Roma con el poderoso ejército que había triunfado en las Galias, convirtiéndose en cónsul y dictador vitalicio. A partir de allí, el Senado comenzó a perder influencia y se dedicó a compartir la autoridad con los emperadores.
La misión del Senado se transformó y comenzó a sancionar leyes que luego formaron el impresionante "corpus" del Derecho Civil, base fundamental de todas las leyes del mundo civilizado. También se ocupó de la administración de Roma y de las provincias que no tenían guarniciones militares. Históricamente el Senado romano conservó la administración de los fondos públicos denominados "erario", mientras que el emperador administraba el tesoro imperial llamado "fisco".
Cuando el trono quedaba vacante por acefalía, el Senado nombraba al nuevo emperador. A partir de este clásico ejemplo, los regímenes republicanos que se implantaron en el mundo moderno desde la revolución americana, constituyeron Senados con funciones similares atribuyéndoles un nuevo rol que consiste en funcionar como cuerpo colegislador para moderar y contener el dinamismo o la radicalidad de las cámaras de diputados.
El Senado norteamericano se estableció como Cámara Federal porque estaban representados los distintos estados de la Unión sin tener en cuenta el número de sus habitantes. En Francia el Senado fue llamado Consejo de la República y en Inglaterra se lo designó Cámara de los Lores.
En recuerdo de los antiguos patricios romanos, que fueron los primeros senadores, en todo el mundo fueron denominados "padres de la patria". Esta es la historia del Senado; tales son sus antecedentes; aquí están su gloria y alcurnia.
Por esta ilustre tradición, que pesa sobre los hombros de todos los senadores del mundo, se dice que "nobleza obliga". De allí que las reiteradas sospechas de sobornos para votar leyes o rechazar proyectos capciosamente presentados, significa la corrupción de lo mejor.
El actual Senado, que es una completa renovación del anterior también acusado de corrupción, ha sido elegido por el voto popular y sin embargo sus integrantes se han convertido en prisioneros de grupos mafiosos. Cuanto más poder tenga el Senado para asignar recursos a ciertos grupos (en este caso el Sindicato bancario) y de imponer gravámenes a otros (el 2% sobre los intereses devengados por los deudores bancarios), tanto más probable será blanco de los grupos organizados que ejercen presión pagando o cobrando coimas.
En todos los casos, los poderes electorales de estos grupos se emplearán para apoyar a políticos y a las políticas que más convenga a sus intereses. Aunque los senadores desprecien semejantes arreglos y quisieran acabar con él, seguirán siendo sus prisioneros porque esta corrupción legalizada no es culpa de los senadores, quienes no pueden evitarla porque no pueden desechar ningún fondo por sucio que sea, si están forzados a conquistar posiciones políticas para su partido.
En el ámbito democrático y tal como están establecidas las reglas del Senado, la tarea de los senadores consiste en averiguar cuáles son las opiniones que más convengan a su partido y no en dar cauce a buenos proyectos que puedan beneficiar al pueblo en su conjunto.
Lo malo del sistema parlamentario argentino es el poder político ilimitado, donde ningún legislador tiene la capacidad suficiente para ejercer sabiamente poderes omnímodos. Por consiguiente, si queremos corregir estas situaciones que nos enlodan frente al mundo, no hay que perder tiempo averiguando el nombre de los banqueros a quienes se pidió la coima para cajonear un proyecto hostil, intencionadamente presentado. Ni tampoco en indagar al periodista británico del Financial Times, uno de los más prestigios periódicos del mundo, porque expuso correctamente a la luz del sol los trapitos sucios del parlamento argentino.
Nada de eso. Lo que hay que hacer es someter a todos los legisladores al imperio del derecho, limitarles la capacidad de obrar mediante sobornos y hacerles saber que aunque ellos "deciden la ley" no por eso pueden "hacer cualquier ley" y menos aún la que convenga a los bolsillos partidarios.
Para terminar con la tentación de los sobornos de éste o los futuros Senados que puedan venir, hay que adoptar decisiones políticas verdaderamente valientes y eficaces para erradicar la corrupción y la mentira.
* Eliminar el tercer senador porque como al final entran todos, su inclusión significa justificar las maniobras del comité, donde todos son iguales: "El ladrón y un gran profesor".
* Impedir el monopolio electoral, que sólo habilita a los partidos políticos para presentar candidatos, permitiendo que también lo hagan las organizaciones civiles no gubernamental sin fines de lucro.
* Quitar el manejo discrecional de los fondos prohibiéndoles otorgar subsidios, pensiones graciables, cobrar gastos de desarraigo y nombrar a más de una persona como secretaria o asistente, quien deberá abandonar el cargo al cesar el mandato.
* Convertir las comisiones de labor parlamentaria -que es donde se generan y perciben los sobornos- en equipos técnicos para exclusivo acopio de información y documentación legislativa.
* Tratar todos los proyectos en sesiones públicas y plenarias, con votación nominal, dentro de los horarios con que trabajan las personas normales y sin necesidad de requerir quórum mínimo, para evitar el chantaje de impedir las sesiones amenazando con no entrar al recinto.
* Constituir un Tribunal Constitucional que actúe como filtro entre el Congreso y el gobierno decidiendo la constitucionalidad de las leyes, pero asegurando no sólo el respeto irrestricto de los derechos y garantías individuales sino también la conformidad con los principios constitutivos de un orden económico sensato, que permita el mayor bienestar para todos.
Con medidas de esta naturaleza podremos impedir que la Patria siga siendo presa de la rapiña de algunos y vuelva a ser la casa común de todos los argentinos de buena voluntad.


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