La Argentina parece condenada a repetir el pasado. La semana se despedía con imágenes y palabras conocidas y repugnantes. Otra vez los senadores recorriendo los Tribunales y la expresión "coima" envolviéndolos en la sospecha. Pero, como si fuera poco, un grupo de diputados de extracción justicialista no trepidó en admitir que en su bloque la mayoría de los legisladores cobra sobresueldos en negro.
Algún turista italiano desprevenido que crea que el problema es el pesimismo de los argentinos, diría con sentido común: "Les queda la Justicia; nosotros tuvimos el Operativo Mani Pulite". Inmensa sería su desazón si se le relata que la Corte Suprema está bajo la sombra de un juicio político, y con magistrados denunciados por "extorsionar" al gobierno según sea el destino que le quepa al máximo tribunal.
El domingo 9 de junio de 2002 (hace casi cuatro meses) se escribió que la realidad, de tan abrumadora, se convertía en una tormenta perfecta. Aunque el gobierno haya logrado acolchonar la protesta social por obra y gracia de los 150 lecop que paga a cada jefe y jefa de hogar desocupados (una iniciativa trascendente en medio de la desolación), el diagnóstico sigue siendo el mismo: el FMI no desembolsará dinero fresco, sino que devolverá lo que la Argentina pagó tras el default. Nada que pueda sacar al país de la ciénaga. La interna peronista, a su vez, pende de un fallo judicial inminente.
Un domingo de diciembre
En caso de que los comicios se concreten, la inmensa mayoría de los independientes preferirá pasar el 15 de diciembre en un parque luminoso antes que encerrarse en un cuarto que amenaza ser más oscuro que nunca.
Como ninguno de los candidatos supera la barrera del 20 por ciento de intención de voto, el "operativo clamor" para que Carlos Reutemann (el único que lograría consensos básicos e indispensables) se convierte en una saga insufrible que, día a día, incorpora nuevas e impensadas viudas.
La Capital está en condiciones de asegurar que el Lole sigue lejos de cambiar de posición en lo inmediato, por más que empresarios, periodistas porteños y lobbistas quieran convertir a su campo de Llambi Campbell en territorio propio. Resulta sintomático que el analista político nacional más influyente (el mismo que maltrataba a Reutemann domingo a domingo tildándolo como "el De la Rúa del peronismo") haya pegado diez vueltas en el aire y considere hoy al gobernador como una especie de De Gaulle vernáculo.
El viernes pasado, Reutemann se encargó de aplastar la ansiedad que devoraba a algunos. "En este país ningún sector que tenga un mínimo de poder quiere ceder nada; pretenden que yo me largue para después apretarme. El plan que me mandó el Colorado (por Francisco De Narváez) está bien, ¿pero saben qué?, la realidad tira todo a la mierda y convierte a cualquier plan serio en papel mojado", soltó, apoyando su rostro sobre las dos manos.
El candidato que no es
Durante la semana había recibido a numerosos dirigentes de la JP. El representante de Buenos Aires, al observar que el Lole no era ese hombre parco que caricaturizan los humoristas porteños (estuvo más de una hora conversando con ellos y se ocupó personalmente hasta de las vituallas) le dijo: "Usted no es el candidato del establishment, es el candidato de la gente y del peronismo".
Ahí, el santafesino repitió lo dicho el 2 de julio de 2002, cuando Eduardo Duhalde, decidió convocar a elecciones anticipadas: "Mi intuición me dice que no, y eso nunca me falló". Al hombre de los enésimos nones tampoco le es del todo funcional que se lo sindique como "el candidato del establishment" o "el preferido del FMI".
Reutemann hizo bien en acelerar los tiempos de la reforma política en Rosario y Santa Fe, única forma para que los senadores sacaran del cajón la iniciativa. Frente al corporativismo suicida de cierta dirigencia política que no se resigna a perder privilegios (apuntando a cuestiones retóricas para esmerilar la reducción a la mitad de los concejos municipales más numerosos), el ciudadano común ve con buenos ojos que, de una vez por todas, se produzca una considerable mejoría en precio y calidad. Ahora se deberían acelerar también los tiempos para poner en escena la ley de lemas, la autonomía municipal y la unicameralidad.
Fuera del capítulo santafesino, la campaña electoral es una mediocridad demasiado pasmosa como para esperar que los actuales candidatos hagan la luz. El lúcido historiador Natalio Botana escribió: "O Reutemann es un excelente administrador del tiempo, como lo fue Hipólito Yrigoyen en 1916, cuando, después de negarse a encabezar la fórmula radical, respondió a último momento al pedido unánime de sus seguidores con el «hagan de mí lo que quieran», o, de lo contrario, se ampliará el vacío de representación".
Para intentar llenar un poco ese vacío, desde el ARI marcharon en procesión hacia Brasil esperando que, a falta de propuestas propias, el hoy moderado Lula se convierta en el leading case que Lilita Carrió necesita para remontar la cuesta.
Más allá del efectismo electoralista, el futuro presidente deberá resolver cuestiones tales como el aumento de tarifas de empresas privatizadas, eliminar el corralito, reprogramar los depósitos y recomponer lazos con los acreedores públicos y privados.
La hojarasca de la campaña no podrá evitar que, más temprano que tarde, la realidad siga siendo la única verdad. Y cualquier promesa incumplida se convertirá en un bumerán. Por eso Reutemann dice no.