Es casi irresistible la tentación a trazar analogías con algún momento del presente cuando se lee la obra "Los caballeros" de Aristófanes (Atenas, 450-385 a.C.) Máxime porque el autor, además de ser considerado el padre de la comedia, fue un activo político de su época.
Se trata de una conspiración tejida por Demóstenes y Niceas para quitar del medio a Plafagonio, quien era el favorito del Demos (el pueblo). Cavilan sobre la necesidad de encontrar a alguien que se oponga cuando ven pasar un choricero camino al mercado y lo llaman
"Acércate. Adelante tú, a quien está reservada la salvación del país", le dice Demóstenes al sorprendido mercader, que no entiende cómo vendrá a parar en personaje. "Precisamente por esto mismo, porque eres bribón e hijo del arroyo y audaz", acota Demóstenes. "No por los dioses yo soy de la canalla", se disculpa el choricero. "¡Qué afortunado! ¡Qué buena disposición para la vida pública!", dice el conspirador y lo desconcierta aún más.
El hombre aún intenta resistirse argumentando que no ha recibido ninguna instrucción pero Demóstenes no se da por vencido y le asegura que "el mal está precisamente en saber algo. Ser caudillo del pueblo -le explica- no es ahora para un hombre instruido, ni honrado, sino para los ignorantes y los desvergonzados", logrando entusiasmar al choricero, que ahora pregunta cómo podrá gobernar los negocios del pueblo.
"Sencillísimo. Haz lo que ahora. Confunde y revuelve todas las cosas como para hacer chorizos y propíciate siempre al pueblo engolosinándolo con frasecitas culinarias. Lo demás que un demagogo requiere: voz tremenda, baja extracción, hábitos placeros... ¡Vamos, tú tienes todo lo que se necesita para la vida pública! Corónate. Aviva el genio de la estupidez y prepárate a hacer frente al hombre".
Las comedias suelen "caer en lugares comunes". Esta misma frase, como tantas otras que suelen recoger y luego se transforman en dichos populares, terminan desvaídas por el uso y abuso y sin que sus cultores adviertan la enseñanza que, aunque rudimentaria, conllevan y terminan a veces tergiversadas en su esencia. Así es en que "un país de ciegos que el tuerto sea rey" se usa para descalificar al tuerto, amén de la discriminación que por añadidura encierra, y se banaliza la estupidez de quienes no pudiendo o no queriendo ver permiten el acceso al poder de quien exhibe por toda condición un defecto menor, y no cualidades superiores.
El mundo del ojo por ojo
Felizmente no hay países en los que todos sus ciudadanos sean ciegos. Aunque convendría recordar la exhortación de Gandhi de que con tanto ojo por ojo el mundo terminará ciego, ahora que se ha entrado en una espiral de crisis en la que el capitalismo está cayendo en el síndrome de la confusión y desorientación y la escalada belicista que lleva adelante el imperio hace temer por uno de los valores concebidos (aunque no siempre respetados) como un sobrentendido: las soberanías nacionales.
La idea de que el mundo está ingresando en uno de sus terrenos críticos la dio hace quince días el triunfo de la coalición socialdemócratas-ecologistas en Alemania con una discurso de abierto desafío a la prepotente unilateralidad con que se viene manejando la Casa Blanca. Si se trató sólo de una estrategia para asegurar el triunfo que mantendrá a Gerhard Schroeder en el poder y por ende se agotará ahora conseguido el objetivo o si, por el contrario, se trata de la decisión de decirle a George Bush que una cosa es descargar su furia en el Tercer Mundo y otra es intentar aborregar a la Unión Europea detrás de sus juegos de guerra, justificados o no.
Dado el liderazgo que todavía ejerce la nación teutona en esa comunidad de naciones y el enfriamiento aparente de sus relaciones con el gigante americano, los analistas coinciden en que dilucidar este dilema implicará desentrañar los andariveles definitivos por los que transitará el mundo en el siglo XXI, después del horroroso 11 de septiembre de 2001.
Expresiones como "Bush tendrá que entender que el mundo no le pertenece y que no puede hacer y deshacer conforme sus caprichos o intereses" se escucharon el domingo 23 de septiembre en la embajada alemana en la Argentina entre los invitados a seguir desde esa sede las alternativas de la renovación del Bundestag, comicios que aseguraron la continuidad de Schroeder.
Menos conmocionantes pero no carente de significación son las elecciones que hoy se desarrollarán en el vecino Brasil. Más aún si el izquierdista Inazio Lula Da Silva lograr eludir una segunda vuelta y adquiere el derecho a sentarse en el Planalto a gobernar la economía más grande de Latinoamérica.
Dos preguntas anteceden un eventual triunfo de Lula. La primera de ella es si su llegada al poder permitirá la constitución del tan temido (por la geopolítica norteamericana) eje La Habana-Caracas-Brasilia. Para el sociólogo francés Alain Touraine, como se puede leer en la edición de ayer de este diario, "Brasil puede hacer una elección que lo convertirá en el líder del movimiento mundial de rechazo a una hegemonía estadounidense que ya dejó de ser aceptada por gran parte del globo".
Sabido es que Fidel Castro se mantiene en el poder no precisamente gracias a los desvelos de la Casa Blanca porque así sea. Hugo Chávez sigue gobernando Venezuela y manteniendo su petróleo fuera de las garras multinacionales porque a la CIA le fracasó el golpe de Estado con el que quiso derrocarlo y Lula llega hoy como el gran favorito del electorado brasileño porque Wall Street sobrestimó la habilidad, capacidad y carisma de sus competidores.
Por esto hay quienes se preguntan si este escenario regional no moverá al Departamento de Estado a actuar. Morado al fin, en Chile sigue gobernando el socialista Ricardo Lagos y las chances del Frente Amplio en Uruguay crecen proporcionalmente al descrédito que acumula el verborrágico presidente oriental Jorge Batlle. Nada indica que pueda despertarse en la región un efecto dominó en el que los pueblos latinoamericanos comiencen a elegir presidentes nacionalistas o de izquierda pero las graves condiciones sociales por las que atraviesan, con dificultades económicas y padecimientos increíbles, no permiten la ligereza de extraer esa opción entre las hipótesis del mediano plazo.
De constituirse finalmente el eje de poder aludido, por poco margen de maniobra que tuviere no será una buena noticia para la Casa Blanca. Sobre todo porque podría importar una revigorización del Mercosur no bien se responda la otra pregunta pendiente: ¿quién gobernará la Argentina a partir del año que viene? \De allí que la preocupación principal desde el exterior respecto de nuestro país esté centrada en ese quién. El anticastrista Otto Reich -el mismo que acaba de denostar por corrupto a Carlos Menem y compararlo con el mexicano Salinas de Gortari y el panameño Arnoldo Alemán, obligado a desdecirse por oficios de los menemistas argentinas- fuera el que sugiriera hasta el perfil del próximo presidente que deberían elegir los argentinos.
Sin embargo, la magnitud de las penurias que atraviesa una sociedad como la nuestra con más de la mitad de su población en la informalidad (léase desocupada, hambreada, abandonada y desprotegida por completo) debería llevarla a estar más preocupada por el qué que por el quién. Esto es, por qué país habrá de construirse tras la caída de un modelo económico que duró una década no porque todos los argentinos estuvieran afectados por una sincronizada y masiva pérdida de la visión sino porque prefirieron no ver los costos de un desatino que hoy se paga con creces.
Es la crisis que estrecha toda visión a la dura lucha por subsistencia diaria a miles de compatriotas la que alimenta el desinterés y la indiferencia que se expresa en el que se vayan todos. Una fórmula tan poco edificante como peligrosa que, como se está demostrando, resulta más funcional a quienes quieren quedarse que al objetivo que se propone. Además, porque como alguien recordara en estos días, la primera propaganda masiva de los seguidores de Adolf Hitler en la Alemania que después hicieron nazi fue, precisamente, que se vayan todos.
Aun así los argentinos se tendrán que enfrentar con las urnas y nadie debería poder impedirlo bajo ninguna excusa. Para ello antes deberán merituar a los candidatos que se han propuestos resultar electos de esas urnas. Y ese tiempo es ahora.
No han dicho que nos quedamos fuera del mundo, resta que nos digan cómo y a qué precio volveremos a él. Las respuestas resultan desdibujadas en todos los postulantes incluyendo al gobernador de Santa Fe, erigido en una suerte de triunfador virtual por las encuestas que los medios del país publicaron esta semana que pasó aun sin ser candidato.
Carlos Reutemann ha hecho del silencio su proclama. Lo que está bien para cualquiera sea la condición en que se asuma al cabo de su mandato provincial pero lejos estaría de importarle una cualidad superadora si fuera aspirante presidencial. La Argentina está obligada a ver y oír, hoy más que nunca.
Los peligros de la soberbia
El reciente episodio con ribetes de escándalo que acabó destronando a monseñor Storni del palio arzobispal de Santa Fe debería dejar enseñanzas para toda la dirigencia del país. La torpe y autoritaria manera con que el prelado y su séquito se manejaron demostró su nula voluntad a dar explicaciones en el convencimiento de que no las debían al pueblo que lideraban en la fe.
Presumiblemente si al día siguiente de que fuera presentado el libro de la escritora Olga Wornat que desató el episodio el arzobispo hubiera aparecido frente a su grey alegando la inocencia que aduce en su carta de renuncia y se hubiera puesto a disposición de la Justicia para que certificara la vileza de las acusaciones que se le hacían, las dudas originales que muchos mantenían habrían obrado en su favor. Al cabo de once días de presentado el libro en cuestión y de silencio arzobispal la prepotencia hizo lo demás desde el incalificable intento de arrancar bajo coacción una retractación a un cura anciano que terminó por inclinar definitivamente el péndulo de la opinión pública. Desde el Arzobispado emitieron un único comunicado en el que se "confundió y revolvió" la situación personal del pastor con la de todo el rebaño al cual se pretendió agraviado por igual.
Los católicos santafesinos cayeron en la cuenta de que no habían querido ver ni oír durante muchos años hasta que alguien de afuera les abrió los ojos y se volcaron a corporizar su Iglesia de un modo diferente, desde el compromiso íntimo y protagonismo masivo.
Resulta increíble que Storni no haya leído el versículo 18 del capítulo 8 del libro de Samuel: "Llegará el día que clamarás por el rey que habéis elegido pero Jehová no responderá", que bien se puede hacer extensivo a la totalidad de los pueblos y gobernantes. Aun para Dios no es lo mismo un simple choricero o un príncipe autoritario que un juez justo o un gobernante decente.