José L. Cavazza / Escenario
Mientras hay un Dino Saluzzi que mete palabras afiladas como cuchillo de carnicero contra la estandarización de los géneros más populares de la música argentina, también existe otro Saluzzi al que se le quiebra la voz cuando habla de su Camposanto natal, su vieja casa y su madre. El bandoneonista salteño, uno de los más importantes e innovadores que tiene el país, en un alto de sus giras internacionales que cada año lo llevan por Europa, Asia y Oriente, se presenta hoy, a las 21.30, en el teatro Lavardén, Mendoza y Sarmiento, junto a una formación integrada por el clan Saluzzi: Celso en bandoneón, Félix en saxo, José en guitarra, Matías en bajo y Diego Alejandro en batería. "Cerca de veinte años sin ir a tocar a Rosario. Es de no creer. Este es el país descentralizado que tenemos. Rosario queda a trescientos kilómetros de Buenos Aires y para mí es más sencillo hacer quince mil kilómetros cada dos meses. Algunos tienen su laburo a la vuelta de su casa; yo tengo que cruzar el océano para ir a mi trabajo. Eso es algo que me duele mucho, y lo digo sin resentimientos", dice Saluzzi en el inicio de su charla con Escenario. Sonidos de folclore argentino, tango y jazz se combinan en la música de Saluzzi desde que el artista nacido en Camposanto emigró a Alemania en busca de nuevos horizontes. A partir de un disco emblemático en su trayectoria, "Kultrum", el músico empezó a trazar un camino peculiar que lo llevó a participar de los más importantes festivales de jazz europeos, a trabajar junto a figuras como Al Di Meola, Marc Johnson, Charlie Haden y Enrico Rava, entre otros y a grabar, desde hace cerca de dos décadas, en ECM, el sello de jazz más importante de Europa. En agosto pasado, Saluzzi tocó en el teatro Colón de Buenos Aires junto al guitarrista Luis Salinas. -¿Qué tiene de especial salir a tocar con la familia? -Hacer música y tener el cariño fraterno al alcance de la mano, debe ser una de las cosas más lindas de la vida. -Usted es difícil de encasillar, pero tal vez pueda decir algo respecto a lo queda en su música tras haber recibido la influencia del folclore, el tango y el jazz. -Queda todo, porque una persona que se expresa de una manera, debido a su entorno cultural, jamás puede ser otra persona que ella misma. Es un temor infundado creer que uno va a hacer algo parecido a un chino o a un esquimal, porque no le es propio. Imagínese que si todos se hubieran dedicado a pintar a la Gioconda no existiría la historia de la pintura. Si uno se dedica a repetir constantemente aquella cantilena de la carpita y del vinito de Salta o, en el caso del tango, de la copa de alcohol hasta el final, sólo va a generar alcohólicos. -Si la música es una expresión espiritual, ¿la cuestión geográfica y el género son cosas secundarias? -No, lo que pasa es que son cosas que no corren peligro. Es cierto también que hay mucha manipulación, es decir, si una música no suena con ciertos aditamentos no es folclore o no es tango. Pero no es así. -Ser salteño, hecho que carga con una idea estandarizada del folclore, ¿le jugó a favor o en contra? -Totalmente a favor, si yo sólo pude evolucionar como salteño no como austríaco. Hay orquestas sinfónicas en el país que hace 60 años que están tratando de tocar música de Mozart o Beethoven, pero nunca lo van a logar. Es difícil entender, sentir y luego incorporar el lenguaje de otro. Lo que quiero decir es que nosotros deberíamos preocuparnos por las cosas nuestras, por lo que sí sabemos hacer. Eso sí, el folclore estandarizado es totalmente inductivo y encima de una forma muy burda. -Hay un público diverso y dividido respecto a lo que le gusta o espera de usted. Algunos añoran aquel Saluzzi folclórico de "De vuelta a Salta", otros prefieren al bandoneonista de tango y otros prefieren al músico jazzero o experimental. -Eso está bueno porque en la variedad hay ética. -¿Y cuál es el verdadero Saluzzi? -El músico. Los tangueros dicen que yo toco jazz y los jazzeros en Europa dicen que yo toco de una forma que es producto de mi cultura. Yo no toco jazz, pero sí toqué en el circuito internacional de jazz, acompañado por músicos de jazz. Creo que soy un músico bastante amplio. -Usted suele decir que Alemania pasó a ser su segunda casa. ¿Eso también es fundamental para entender su historia musical? -Cuando yo tenía 26 años, con cuatro años de casado, aún no podía vivir de la música. No tuve otra salida que irme del país. No podía estudiar, expresar mis ideas ni sobrevivir económicamente. En Alemania encontré el eco que desea encontrar una persona empecinada en hacer lo suyo. -Puede llegar a sonar extraño: empezar a buscar las raíces en un país culturalmente tan alejado como Alemania. -Yo creo que cuando la gente es adulta o tiene cierta experiencia las cuestiones humanas se transforman en lo fundamental. El resto, es decir las peleas por el poder, la fama y el cartel, pasan a un segundo plano, porque hay una satisfacción íntima de saber que uno está en el buen camino. No hay plata que pague eso. Es un poco la búsqueda de la verdad, y entonces no importa tanto dónde estés. Creo que todos los males del folclore tienen que ver con que no hay vínculos con la realidad, y yo creo que, íntimamente, sabemos cuál es nuestro lugar. La fama es pura mentira. -Irse le abrió la cabeza... -Por lo pronto, sentí que era posible pensar. La música en serio no es inductiva, está dirigida al desarrollo del pensamiento y al despertar de la sensibilidad. Por eso que la música menos inductiva está en la religión. -El proceso de creación, ¿en algún momento se le planteó en los términos "todo lo hecho hasta aquí no sirve para nada"? -Es un planteo periódico. Cuando la realidad te pinta un mundo hostil, adverso y sin esperanza, es porque lo anterior no sirvió. Esto también pasa con el arte: a veces las cosas no sirven y uno no se da cuenta, hasta que aparece alguien que trae lo que sirve. Por eso, y a pesar de algunos que tienen vocación de destrucción y muerte, la humanidad sigue camino hacia la armonización. Y esto pasa también con la música, porque toca las fibras más íntimas, cuando no está hecha con mala intención. Usted ve que Atahualpa no tenía mala intención. -La cosa tampoco pasa para usted por "tocar lindo"... -Le voy a decir algo que lo explica todo: un oyente le dice a un músico, "¡pero cómo vas a desafinar en el lugar justo si no es tu música!". Cuando nosotros tocamos nuestra música sabemos exactamente donde vamos a desafinar. Inconscientemente, está en nuestro genes. La afinación y el temperamento en la música nunca son perfectas, dependen de la dicción, el campo armónico, la figuración rítmica y todo lo que tiene que ver con la cultura propia de uno. Así que por más que hagan lo que hagan no podrán tocar nunca Beethoven como lo hacen los alemanes. Tampoco acá podrán tocar el rock como lo hacen los ingleses, que son quienes lo inventaron. -La familia Saluzzi mantiene vínculos de identificación en Salta o son algo así como los cronopios salteños? -Nunca buscamos fama (risas). Generalmente, las vinculaciones en este mal momento del país están llenas de segundas intenciones. Nosotros preferimos hacernos a un lado y trabajar en el anonimato, con responsabilidad y salir a mostrar con valentía lo que uno hace, aún a riesgo de que más de uno pueda decir que no le gusta. -¿Cómo recuerda su infancia en Camposanto? -Con nostalgia..., mi viejo tocando el fueye en el ingenio azucarero donde trabajaba... ¿quién no recuerda su infancia con nostalgia? Había menos cosas pero también había más. No sé si me explico. -¿Cómo vive la crisis del país? -La verdad, penosamente. Lo grave es que en realidad no somos un país de idiotas, somos gente inteligente, que sabe discernir. Entonces, ¿qué pasa? Por momentos parecemos un país de descerebrados. Usted dice que es argentino en cualquier parte del mundo, y la gente se mete la mano en el bolsillo o protegen la cartera. ¿Y la gente que trabajó como yo o tantos otros, que se rompió el culo...? Componer no es sentarse, ponerse un sombrero y tener la composición hecha. Hay que laburar, meses, años, estudiar y sacrificarse. Y encima cuando estás haciendo algo no sabés si te va a dar de comer o no. -¿Se sintió muchas veces desvalorizado en Argentina? -Nunca busqué el aplauso, pero sé quién soy y quiénes me rodean. -¿Cómo define el hilo que une a Europa con Camposanto? -Fui invitado a ir a Francia donde están haciendo un estudio de los músicos que han pasado por el mismo proceso que crucé yo: el camino desde la cosa natural, la información oral, hasta la música escrita y codificada. Los franceses quieren explicar cómo un músico de tradición oral pasa a la música codificada y escribe una obra sinfónica. De todos modos, yo creo que es algo inexplicable, pero éste creo que es el hilo que une Camposanto con Europa.
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